Dice el chiste que el varón llega a la casa y abraza a su mujer a carcajada suelta. Ella admirada le pregunta: “¿A ti qué te pasa?”. Es que el Padre en la misa dijo que hay que abrazar la cruz con alegría. Bueno, el chiste también vale al revés. La realidad humana, de la que nada nos exime, es que en la vida diaria encontraremos cruz. Enseñaba el Kempis: “Vuélvete arriba, vuélvete abajo y siempre encontráis la cruz”. El problema no es que en este matrimonio ideal, donde hay realización y gozo, sin duda, también encontrarás la frustración, el cansancio el desánimo, incluso la traición. El problema es cómo enfrentas esa situación de cruz.
Según los sicólogos, el que piense que si mi vida no resulta como la planeé, mi vida será una catástrofe, vive una actitud claramente irracional. Nada sale como uno lo planea. La persona sana desarrollará una tolerancia para la frustración, aprenderá a gozar buscando alternativas para crecer, aprender, y ajustarse a los reveses. Esto supone que mis planes nunca se darán plenamente como espero. Pero tengo una bala de plata, como el vaquero de la película, para encontrar en el dolor inesperado maneras de crecer y merecer en la adversidad. Como canta el creyente: “Puedes tener paz en la tormenta”.
Si sabes que tu cónyuge en algún modo, en algún momento, no reaccionará según tus expectativas, no te sorprenderá la desilusión. Será el momento para poner en acción el plan B. Como el profesor en la serie Casa de Papel, moverás otras fichas en este ajedrez de mantener el crecimiento y la perseverancia en la relación matrimonial. Pero apunta el Evangelio: “¿Cuando venga el hijo del hombre, encontrará esa fe?”. Los que estamos a millas de distancia emocional de los millenials nos preguntamos, no sé si injustamente, si esta generación habrá creado el pellejo de cocodrilo que exige toda empresa de gran valor. Si somos los hijos del confort, de presuponer las comodidades de la vida urbana como algo natural, si nos hemos acostumbrado a que a toda petición el padre tongonero nos diga que: “Sí”, si no hemos aprendido que la vida proporciona muchos “No”, es en ese pellejo gelatinoso que no rebotarán las balas.
En esta dimensión de vida, mientras esperamos la futura, la de sin mancha y arruga, serán muchas las arrugas que habrá que planchar. Esa actitud de hacer limonada cuando lo único que tengo son limones, es sana sicológicamente. Y, curiosamente, es también la actitud espiritual que exige el Señor al creyente cuando le dice: “Si quieres venir conmigo, carga tu cruz”. Pero no es tu cruz. Es mi cruz, la de Jesús, que en su caso fue la dolorosa manera de redimir, de abrir las puertas del corazón del Padre, de estrenar el mundo nuevo ‘donde no habrá luto, ni llanto, ni muerte’.
En mi experiencia he encontrado que las parejas obligadas a bregar con situaciones de dolor profundo, cuando ambos se han entregado a la tarea, cuando ambos han puesto en práctica el plan B, el de la cruz que redime y glorifica, han sido parejas que suben hasta el penthouse de la relación humana del matrimonio. Nace, entonces, la creatura nueva, la del curtido en el dolor, la del agradecido porque salí de la batalla con heridas, pero estoy vivo, y más humano, y más misericordioso y más realista. Salen de la ingenuidad del puro romanticismo.
Se supera la mente del que va al matrimonio a buscar su gozo, a que me den. Es como la carne del Señor resucitado, que es gloriosa, supera las limitaciones de un cuerpo humano, pero mantiene las llagas de las manos y el costado. Son llagas de gloria. Y con esas llagas Él queda para siempre sentado a la derecha del Padre. ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante