El paréntesis de noviembre, para dar gracias, es el culmen de las pequeñas bondades que se depositan en el corazón. Cada día trae su dosis de oxígeno, una suave oferta de ternuras y esmeradas actitudes que llenan la vida de entusiasmo y reciprocidad. El acompañamiento revive los coloquios de somos hermanos, una cercanía de logros y plenitudes gracias a la oferta de amistad, que es bálsamo en la ruta existencial.

El ser humano afirma su propósito de dominar la tierra al darse cuenta de que todo es gracia, de que cada persona y cosa son un regalo ataviado de misterio. Acoger la multiplicidad de bienes con sencillo corazón es abrazarse a la riqueza vigorosa de un Padre, rico en misericordia y presto al perdón. Es en el trato, en la mirada compasiva que surge el genuino agradecimiento de que a pesar de ser volubles, conectamos con el que es bueno eternamente.

Vivir desafiando lo justo y lo bello es igual a perder la ruta, a incorporar la devastación de los sentidos al toque del corazón. Una vez el egoísmo se refleja en los detalles se cae en el encierro, en perder la capacidad de alojarse en la casa de Dios para la elevación de las manos en gesto de oración, de dar gracias.

No se puede vivir sin los afluentes de la caridad, la justicia, el compañerismo. Tratar de dominar la tierra desde la sombría mirada es un riesgo porque los atisbos colectivos hacen un análisis más adecuado, más real. Por eso el diálogo, la participación, cuadran con el propósito de hacer un mundo más humano, más a tono con el corazón de Dios.

Dar gracias por la vida, por la salud, por la familia, es caer en cuenta de que somos seres en necesidad, de que nadie se basta por sí mismo. Más allá del dinero, la posición social, la estrata social, surge la necesidad de balancear actitudes, de preferir bendecir que maldecir. Y así cada día, se echa a volar el agradecimiento como consigna siempre nueva y antigua.

Hay que educar para hacer hincapié en el bien que me haces con tu amistad y honradez, que son semillas de una gratitud mayor. Cada vez más se experimenta el huir del vecino y del amigo como si se tratara de extraños. Pasar por la vida haciendo juicios negativos y arbitrarios representa un déficit de sentido espiritual un alejamiento de los obvio y necesario.

En tiempos de naufragios emocionales, la esmerada disposición a ver en los demás un rayito de esperanza, es un comienzo útil. Permanecer en el yo como baluarte inexpugnable es tranzar por la neurosis. Dios no da todo; debemos ser agradecidos y corazón adentro alargar la voz para bendecir y sanar. Por todo lo que somos y tenemos, gracias Señor…

Padre Efraín Zabala

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