Thanksgiving Day nos motiva en esta ocasión aprofundizar en lo que contiene esa actitud tan normal del agradecimiento. Y esas gracias nos acordamos de darlas ahora en medio de un banquete de pavo, y en familia. Y el banquete también nos lo regala Dios. Aunque este año el pavo nos salga caro y difícil por culpa de una mala situación económica. Más caro y difícil es que la celebración se convierta en protagonizar a un pavo, como otros protagonizan la Navidad en un lechón pobre. Nada más ajeno de lo que realmente queremos celebrar. ¿Y qué en realidad se celebra?
El creyente busca la comunicación con lo divino. La mayor parte de las veces lo hacemos pidiendo. Al comprender nuestra limitación e invalidez, oramos. Por eso los ricos de espíritu no oran, porque creen que no necesitan de nada, ni de nadie. Por eso el pobre pescador ora, porque no sabe cómo bregar ante la furia del inmenso mar. “Si quieres aprender a orar, entra en la mar”, dice el refrán.
Me comunico con Dios cuando pido. Pero pedir no es la mejor comunicación. Porque el amor no pide, sino que admira, alaba, adora, se queda embelesado. Como el poeta ante la belleza impresionante de un paisaje, admira y se siente rico y regalado por el paisaje y dice: “Toda esta azul mirada inmensa y alta, toda esta dulce soledad tranquila… toda esta tierra que no es mía ES MIA!”
Agradecer es embelesarse ante el bien de Dios, del que Él me hace partícipe, por su pura voluntad y complacencia. Agradecer es igual a felicitar, bendecir, esto es, decir bien de Dios.
Y el agradecimiento se muestra con palabras. Es el continuo y espontáneo thank you que dice el americano, desde un fondo de urbanidad o good manners. Porque es grosero, poco educado, no dar gracias, cuando algo viene a mi del otro. Pero el agradecimiento se muestra también con obras. Es el regalo de reciprocidad. Es la docena de huevos que el jíbaro le regala al doctor que le recetó la medicina, porque no puede pagarle los honorarios. Son los pasteles que la vecina le envía en Navidad a la otra vecina que tantas veces se ha acordado de ella. Y cuando se trata de Dios, el regalo nuestro no es más que la devolución del mismo favor.
Es que TODO ES GRACIA. Vivo como un don; tengo una estructura emocional y una personalidad regalada; tengo unas relaciones humanas, unos bienes materiales regalados a mi. Y esto, como
agradecimiento, lo regalo adelante. Como el anciano nonagenario, que sembraba mangós que él no comería. Y decía: “Se me ocurrió el otro día que toda mi vida he disfrutado comiendo mangós plantados por otras personas, y esta es mi manera de demostrarles mi gratitud”.
De eso se trata: de obras en que agradeces. Y la costumbre es cumplirlo no solo en banquete, sino en familia. El solo reunirse así habla de un nuevo don divino: tengo nido, tengo querencias, disfruto del que me quiere bien, porque es mi sangre. Cuando otros tal vez lloran por las pérdidas, pensar que yo celebro con los míos es también para llorar de agradecimiento. Haz el inventario de todas las cosas que posees… para agradecer. Y porfavor, olvida el pavo. O te lo que comes quitándole su sosera transformándolo en pavochón, increible contribución borinqueña a la cocina americana. Pero con un “qué grande es el Señor” en la boca y en el corazón. ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante