El pasado viernes, 4 de mayo, la comunidad de la parroquia La Asunción de Nuestra Señora, en el barrio Quebrada de Camuy, celebró la fiesta del beato puertorriqueño, Carlos Manuel Rodríguez, en una Misa presidida por el Obispo Emérito de la Diócesis de Caguas, Mons. Enrique Hernández.
Junto a él estuvieron P. Marco Antonio Cepeda, Misionero de la Natividad de María y párroco de la iglesia, y el P. David Rivas, párroco de la comunidad de San Judas Tadeo del pueblo de Lares.
Este año, se celebró el centenario del bautismo de Charlie, evento que se conmemora el día de su fiesta, tal y como lo recordó Mons. Hernández al comenzar la Liturgia.
“En general, las santas y los santos empiezan a caminar, a dar sus primeros pasos en una familia; en una familia que lucha, que vive su fe con todas las limitaciones de la realidad del momento en que se vive”, dijo el Obispo al inicio de la homilía.
Aunque el beato vivió en el área urbana del municipio de Caguas, el Obispo también destacó las zonas rurales y la importancia del cultivo de la caña de azúcar en aquel entonces, así como las muchas limitaciones de la familia, puesto que se desarrollaron “en un ambiente pobre, un ambiente de un mundo que ha vivido una gran tragedia: la Primera Guerra Mundial”.
Mons. Hernández enfatizó, que aquella familia resalta por sus principios morales y religiosos a pesar de la escasez, porque en un hogar en el que se enseñan y se ponen en práctica los valores “va creciendo la santidad, ahí va creciendo la conciencia de rendirle a Dios el honor y la gloria”, y añadió que “el problema que tenemos hoy en Puerto Rico es un problema de valores”.
De otro lado, Mons. Hernández mencionó la más reciente Exhortación Apostólica del Papa Francisco, Gaudete et Exultate, para recordar que la llamada a la santidad es para todos, y que “ser santos quiere decir también que las cosas no serán fáciles”.
Así lo demostró con la vida del beato Charlie, quien, entre otras situaciones, sufrió los desafíos del Puerto Rico de aquel tiempo, la pérdida de su casa a causa de un incendio, y la enfermedad que le acompañó desde su juventud. Por eso dijo: “No queramos ser santos y estar libres de sufrimientos”, e insistió que “seremos santos sudando la gota gorda” y “siendo hijos del momento de la historia en la que estamos”.
Como laico, Charlie supo descubrir el plan de Dios en su vida: “Él supo vivir su amor a Dios, su amor a la Iglesia, cayendo en cuenta de la importancia de la liturgia, sobre todo, la importancia de la celebración de la Vigilia Pascual, del triunfo de Cristo, porque se sufre, se da la vida, pero se triunfa, y entonces, «vivimos para esa noche»”, expresó Mons. Enrique.
Finalmente, invitó al pueblo a que, como el primer beato puertorriqueño, aprenda a llevar el mensaje de Dios, a entregar su vida a Él y ponerlo en el centro de la vida, incluso, a pesar de las cruces, y rogó: “Charlie, te necesitamos para que sepamos alabar y bendecir siempre a Dios”.
(Vanessa Rolón Nieves)