Como es natural, los años no pasan en vano. El martes, 10 de abril, se cumple el sexto aniversario de la partida física de nuestro Cardenal Jíbaro: Luis Aponte Martínez. En el año 2012, como he narrado en escritos anteriores, su gravedad inició en plena Semana Santa, llamándolo el Señor a su lado el 10 de abril, martes de la Octava de Pascua de ese año y el día en que celebraba su 62 aniversario de ordenación sacerdotal.
Este año su sexto aniversario coincide con el domingo de la Divina Misericordia: celebración que tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona que “Dios es Misericordioso y nos ama a todos…”. El mensaje que Nuestro Señor nos ha hecho llegar por medio de Santa Faustina, nos pide que tengamos plena confianza en Su Misericordia; que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras y acciones “porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil” (Diario, 742).
El Cardenal vivió la misericordia con el prójimo de múltiples manera. Las palabras escritas no dan abasto para narrar solo algunas de sus obras de misericordia, destaco el mejor de los ejemplos. Cuando la enfermedad del SIDA estaba en todo su apogeo abrió el albergue para estos pacientes en las facilidades del Centro Médico. Su principal propósito fue cumplir con las obras de misericordia corporales: ser compasivos con nuestras actitudes, palabras y acciones. Siempre quiso que los que allí fueran recibidos, se atendieran con misericordia y que recibieran, además de la atención médica necesaria, el acompañamiento espiritual para que tuvieran una muerte digna.
Durante el tiempo que se administró el albergue (si mi memoria no falla) más de 10 años, todos los viernes, antes de ir a la oficina, visitaba el albergue para conocer los casos nuevos y dar seguimiento a la condición de los allí recluidos. Los saludaba uno a uno, dialogaba con ellos y estaba pendiente de que no les faltara ningún tipo de atención para que, a través de nuestra misericordia, murieran con dignidad acogidos por la mano de Dios.
Estoy segura que, como consta en Mateo (25, 31-34): “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria y dirá a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo’”.
(Recordando al Cardenal Luis Aponte Martínez: aquí: Cardenal)
Por eso, cada día 10 del mes, durante estos pasados seis años, y los que me permita el Señor, seguiré encomendándolo, mediante la Eucaristía, para que si en algo falló debido a las debilidades del ser humano, que la oración salve su alma y gane el premio de la Resurrección eterna. Que su alma, y las almas de todos los fieles difuntos, por la Misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.
(Miriam Ramos Rodríguez)