Cada día experimentamos una renovación de nuestro compromiso cristiano. Estos días se ha intensificado el caminar comunitario y se ha continuado el proceso de crecimiento en cada corazón de esta Diócesis Criolla. Días de mucha hermosura se viven en el compartir que se ha generado por parte de nuestro pueblo y que se ha convertido en testimonio de evangelización.

Desde un sinnúmero de experiencias se continúa caminando para fortalecer cada expresión de vida que va construyendo el Reino en nuestras parroquias. Hoy por hoy se ha continuado el acompañamiento pastoral desde la catequesis diocesana, el Centro de Formación, los Seminarios, los encuentros comunitarios y las celebraciones, signo de comunión. Hay que reconocer que el detenerse, contemplar, amar, ser feliz, podrían ser cosas ajenas a nuestra realidad como personas, pero no lo son. Han sido colocadas dentro de nuestro ser como individuos, creados a imagen y semejanza de Dios. Hacernos conscientes de esto es para nuestra sociedad y nuestra Diócesis un gran reto que consume muchas de nuestras luchas y esfuerzos. No es opción dejar que se nos escapen de nuestro corazón puesto que por ellas nos conectamos con profundidad con Dios. Su amor siempre está presto para nuestra salvación. Hoy vivimos grandes retos como sociedad que desean hacernos insensibles e incapaces de ver y asumir nuestra identidad.

El corazón humano atraviesa por momentos donde no encuentra el verdadero valor de la vida y se hace necesario replantearse las preguntas fundamentales de toda persona. Muchos momentos de incomprensión y de no encontrar cómo hacerse amor, esperanza y fuerza para los demás, para sí mismo. Este vaciarse en lo cotidiano de la vida no puede ser visto como negativo en la medida que nos dejemos consolar por Dios. Mirar en nuestra vida y ver que no todo es dolor y sufrimiento. Ver que no todo es desolación. Se vuelve a montar nuestro corazón teniendo a Dios como centro y como norte. No dependemos de nuestras fuerzas sino que todo depende de Dios.

Es un movimiento libre que nos hace brincar de la alegría para lograr encaminarnos en la búsqueda de nuestra verdadera identidad. No basta con preguntar cosas a la vida, a nuestro corazón, o al mismo Dios.  Hay que lograr tomar decisiones o establecer metas que nos encaminen desde esta realidad, Aquí estoy. Nuestra libertad está al servicio del amor. Una lógica de Dios muy sencilla. Diría que demasiado sencillo que se escapa a nuestro mirar. Si dejamos el miedo que nos paraliza nos daremos cuenta que el Dios en el que creemos es un Dios sencillísimo que se hace necesidad, amor y ternura para todos. El “estar” de Dios no es una inacción. Al contrario es un hacer desde el silencio, la quietud y la comunidad. Acallar nuestro corazón para escuchar la sencillez del mensaje de Dios es vivir con intensidad nuestro Dios. Darnos cuenta de cómo se nos manifiesta la vida de Dios en nuestro caminar. Hacer lo ordinario, extraordinario. No huyamos de nuestras responsabilidades sino más bien coloquemos todo nuestro ser al servicio de cada experiencia que Dios propone a nuestro caminar. Renunciemos a juzgar, humillar, pisotear, ensombrecer y asesinar la dignidad de nuestros hermanos. No coloquemos nuestros miedos como prisma para ver la humanidad. Ese camino lleva al dolor, la soledad y el desespero.  Optemos por practicar el compartir, abrir, vestir y acoger al hermano. Demos a cada cual lo que necesita. Hagamos de nuestro actuar una experiencia de Dios. Todos estamos llamados desde diferentes experiencias a mirar al Dios que hemos conocido. Se nos ha predicado un Dios que se entregó en la cruz y nos invita a no creernos los más capaces y versados para proclamar nuestra manera de ver a Dios sino con la sabiduría de la cruz de Cristo pregonar la manera en que Dios nos ve. No tratemos de convencer con inteligencia sino más bien tratemos y coloquemos todas nuestras fuerzas en dar testimonio vivo de que la cruz es la manera de nuestro caminar. No se puede disimular lo que no somos. No podemos engañar nuestros corazones. Hay una verdad que grita dentro de nosotros y si no la escuchamos se manifiesta como carencia: eso es el amor. El llamado es a solo contemplar la experiencia de Dios por nosotros y eso es mirando la cruz.

La Diócesis ha querido estar con cada hombre y mujer de buena voluntad. Con cada acción y siendo Iglesia se ha pretendido dar pasos firmes que alienten y acojan a cada persona. No tengamos miedo.

(P. José Ramón Figueroa Sáez)

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