Homilía por la misa exequial de María S. Colón de Marxuach el 12 de enero en la Parroquia San Jorge
Queridos hermanos y hermanas:
Nos hemos reunido hoy en torno al altar del Señor para ofrecer esta Santa Misa exequial por el descanso eterno del alma de nuestra querida hermana, María Colón de Marxuach, a quien el Señor Jesús, el pasado lunes ha llamado a su presencia.
A nombre de la familia Arquidiocesana y a nombre propio, expresamos nuestras profundas condolencias a su querido esposo, el Lcdo. Sergio Marxuach, a sus hijos Sergio, Guillermo, Eduardo y Jorge, a sus nueras, nietos y nietas.
A cada uno, una de ustedes, dirijo mi más cordial saludo y les doy las gracias en particular al Padre Pedro Luis Reyes Lebrón, Párroco de esta parroquia de San Jorge, a los demás sacerdotes que están concelebrando, a SFC.
A nuestra hermana, María Colón de Marxuach, a quien todos cariñosamente conocíamos como Miss Marxuach nos unían sentimientos de afecto, de agradecimiento y comunión eclesial, además de unirnos, el lazo más fuerte que puede entrelazarnos, la fe en Cristo muerto y resucitado.
Y, fue esta fe fiel, desinteresada, genuina, inapagable y ardiente la que podemos vociferar hoy la que orientó su proceder en su incansable servicio por la evangelización mediante la educación católica. Ella llegó a nuestro entorno para 1979 para dirigir como Directora a la Academia San Jorge, academia que siempre ocupó un lugar privilegiado en su corazón y donde despuntó como una verdadera servidora del evangelio de Cristo.
Una de sus aportaciones más insignes y que todavía permanece como uno de los atractivos y signos distintivos de esta Academia fue la creación en el 1983 del Programa para Estudiantes con deficiencias en aprendizaje, mejor conocido como “el centro”. ¡Cuántos estudiantes han sido bendecidos por este programa! ¡cuántos padres han podido sacar adelante a sus hijos e hijas! ¡Cuántas lágrimas, desazones ha evitado este programa! ¡Cuántos niños y niñas mediante esta iniciativa han podido aprender, desarrollarse, a su propia capacidad! Marxuach, ha tocado y seguirá tocando todas estas vidas por siempre.
Allá para el 1991, mi predecesor, el Cardenal Aponte, le confió la dirección escolar de una de las escuelas más novedosas y prometedoras de ese entonces, la Escuela Superior Católica, hoy la escuela Beato Carlos Manuel. Allí prontamente ella impregnó todo el quehacer educativo con sus más notables cualidades: fe profunda, amor a la Iglesia, sencillez, humildad, y la ternura de una educadora de corazón, la suavidad de una voz que nos recuerda el respeto al otro. Cuando en el 2002, surgió la vacante a la Superintendencia de Escuelas Católicas, tuve el honor de nombrarla a dicho puesto, puesto que ocupó hasta el 2009, tras acogerse al retiro. Sabemos que fueron tiempos difíciles en que una economía en recesión, el comienzo de una ola migratoria y factores de demografía, también se hacían sentir en la educación católica. Como Pedro, ante estas aguas turbulentas, Marxuach nunca titubeó en pedir auxilio siempre al Señor para que nos asista con su sabiduría ante la difícil situación de las escuelas y los retos que se avecinaban y que, muy tristemente, aún enfrenta la educación en Puerto Rico, tanto la católica como las privada y la pública.
Podemos decir que Marxuach era una mujer de fe, una mujer de evangelización y una mujer de educación católica. También, queremos agregar que era una mujer eclesial. Marxuach siempre tuvo claro que no trabajaba en una empresa, sino en la Iglesia, que lo que hacía con tanto amor no era un empleo, sino una misión. Muchos de nosotros aquí recordamos que cuando nos embargamos en la aventura sinodal por más de cinco años, la figura de Marxuach brilló espléndidamente. Ella, junto a un excelente equipo de trabajo, por días, por noches, por fines de semana, se donaron así mismas para el éxito del esfuerzo sinodal.
Al saber que su existencia terrena ha llegado a su fin, podemos decir que ella, en nuestra amada arquidiócesis, dejó el recuerdo de una digna, querida, servidora de Dios, nos dejó el ejemplo de que siempre es posible servir, ascender, siempre sabiendo “hacerse prójimo” de todos, servidora de todos.
Nos encontramos junto a sus queridos restos mortales en esta misa exequial. Cada celebración exequial está marcada por el signo de la esperanza: en el último suspiro de Jesús en la cruz (cf. Lc 23, 46) que no terminó en la muerte eterna, sino que se convirtió en un suspiro de vida nueva, de vida plena, de vida eterna; un suspiro que transformó el llanto en la alegría y la desesperación en esperanza.
Nuestra esperanza en la participación de Marxuach en la resurrección de Cristo nos anima y consuela y las lecturas de hoy nos llenan de esa esperanza. El libro de la Sabiduría, sabiamente afirma que “Las almas de los justos están en las manos de Dios” (Sb 3, 1). Marxuach ahora está en esas manos misericordiosas de Dios. Su modo de vivir, de ser esposa, mujer de familia, madre ejemplar nos lleva a tener la esperanza de que ya ella, está con el Padre, porque como dice la lectura, la esperanza nuestra está colmada de inmortalidad.
En el Salmo responsorial decíamos: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas”. Hoy María Marxuach está ante el Padre para que la haga descansar en las verdes praderas de la eternidad. Ante la presencia de Dios, ya nada le puede faltar; hoy, la vara justa y misericordiosa de Dios y su cayado de amor la sostienen.
Marxuach era una mujer donde Dios ocupaba un lugar cimero. Por eso, ante su muerte, las palabras de san Pablo que acabamos de escuchar en la segunda lectura de hoy, son bálsamo en medio de tanto dolor. Dice el apóstol: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”
Marxuach siempre estuvo con Dios y ahora, nada , ni la muerte, puede afectar esa intimidad con el creador. La muerte en Cristo nunca nos aparta del amor de Dios, al contrario, nos une más al misterio salvador y redentor.
Jesús en el evangelio de doy le dice a Tomás: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al padre sino por mí” Estas palabras de Jesús son una invitación a, mientras peregrinamos por esta vida, seguir el camino que conduce a Cristo, a recorrer este camino manteniéndonos en la verdad para poder ir tras la vida eterna.
Comentando el evangelio de hoy, afirmaba San Francisco de Sales: “«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.» Esas palabras deberíamos tenerlas grabadas e impresas en nuestros corazones, de tal manera, que sólo la muerte las pudiera borrar ya que, sin Jesucristo, nuestra vida es más bien muerte que vida; sin la verdad que Él ha traído al mundo, todo hubiera estado lleno de confusión y si no seguimos sus huellas, su pista y su camino, no podremos encontrar el que conduce al cielo.” La vida y la hoja de servicio de Marxuach la podemos recibir como un consciente esfuerzo en encontrar ese camino, caminar por él, seguir sus huellas, sus pistas para poder encontrar el cielo. Ahora, nuestra confianza en el amor y la confianza en el Señor nos dicen que ella está en la presencia celestial de Dios. El camino de ella, solo conducía a Dios.
Y, a nosotros, que todavía permanecemos en este mundo, nos hace bien escuchar el consejo de Santo Tomás de Aquino: “Si buscas por donde pasar, agárrate a Cristo, puesto que él mismo es el camino: «Es el camino, síguele» (Is 30,21). … Porque es mejor cojear a lo largo del camino que andar a grandes pasos fuera del camino. El que cojea durante el camino, aunque no adelante mucho, se acerca al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más valientemente corre, tanto más se aleja del término. Si buscas a dónde ir, únete a Cristo, porque Él en persona es la verdad a la cual deseamos llegar: «Es la verdad que mi boca medita» (Pr 8,7). Si buscas donde permanecer, únete a Cristo porque él en persona es la vida: «El que me encuentre encontrará la vida» (Pr 8,35)”
Queridos hermanos y hermanos, dirijámonos a Dios, dirijamos a su misericordia, para que el camino que ha recorrido Marxuach, ahora le conduzca a un encuentro amoroso y salvador cara a cara con él. Y, que por la intercesión de la Madre de Jesús y Madre nuestra a quien tanto amó Marxuach y emuló, ahora tenga el descanso eterno en la plenitud del Amor de los Amores.
Que su alma y la de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descanse en paz. Amén.
Mons. Roberto O. González Nieves, OFM
Arzobispo Metropolitano de San Juan