Es una realidad que muchos cristianos se cuestionan: ¿Por qué confesarme con otro ser humano con el que comparto las mismas debilidades, pecados y defectos?; mejor me confieso directo con Dios.

Es una cuestión por la que muchos católicos han abandonado el Sacramento de la Reconciliación. No han comprendido que no se trata “del” hombre en su naturaleza, sino de Jesucristo quien opera en ellos, y ellos, por mandato del mismo Señor obran en su nombre: “Como el Padre me envió, también yo les envío. Dicho esto, sopló y les dijo: reciban el Espíritu Santo.

A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20, 23). De modo que, así lo eligió y quiso nuestro Señor, no es invento de la Iglesia. El sacerdote ejerce por mandato del mismo Jesús como instrumento de perdón y reconciliación con Dios, con el hermano y consigo mismo. El Apóstol Santiago nos dice en su carta: “Reconozcan, sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para que sean sanados” (St. 5, 16). Fíjense, lo dice claramente, “reconozcan” y “recen”; es un gesto a realizarse entre los seres humanos que nos trae curación.

Hasta se puede decir que es un gesto más natural de lo que creemos; normalmente nos confesamos y nos perdonamos mutuamente. Lo hacemos con nuestros amigos y familiares (claro, sin la certeza de que guarden el Sigilo Sacramental, que garantiza más que confidencialidad, valor y caridad por la persona). Dicho de otra manera: ese es el proyecto de Jesús; ¿quién quiere hacer algo distinto?

Reconozco que no es un gesto sencillo, ni si quiera para nosotros los sacerdotes. Pero sí que es un gesto liberador cuando se realiza. Todos lo hemos sentido, luego del manojo de nervios, nos quitamos un gran peso de encima. El Papa Francisco nos dice: “Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, hace fiesta…”. También señala el Papa la vergüenza que representa no solo para la persona sino también para el sacerdote que escucha; “lo cual es bueno, nos hace aborrecer el pecado y nos hace humildes”.

Normalmente buscamos un sacerdote diferente cada vez, para que no nos reconozca porque nos da vergüenza repetir con el mismo. Sin embargo, nada más falso: cuanto más desconocido, más difícil, cuanto más cercano, más confianza.

Entonces, una vez lo decidimos; ¿qué tomar en consideración en el acto de conciencia? Los diez mandamientos suelen ser una primera referencia; pero alguna vez aprendí que debemos mirarnos en el espejo de las bienaventuranzas, si he sido solidario con el que sufre, compasivo con el que es víctima de una injusticia; en otras palabras, si he vivido las obras de la misericordia.

P. Kevin R. Cintrón González
Para El Visitante

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