Muchos suelen confundir lo apocalíptico con lo escatológico y son distintos. Por un lado, lo apocalíptico señala una forma de expresión que se sirve de lo metafórico, lo simbólico y lo encriptado. Habla del sufrimiento del pueblo de Dios sin perder de perspectiva la esperanza. Es lo que caracteriza a varios profetas, las Cartas a los Tesalonicenses y el último libro de las Sagradas Escrituras. Unas páginas repletas de expresiones que aluden a imágenes cuyo significado raya en lo confuso.
Por otro lado, lo escatológico habla del tiempo definitivo, del misterio de la salvación en el retorno glorioso de Jesucristo conocido como la parusía. Este acontecimiento del final de los tiempos llegará en su momento; que solamente el Dios Padre conoce. Es curioso que en lo escatológico brilla como lo esencial las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Primero porque es un misterio trascendental que solo se puede abordar desde la fe. Segundo porque solo desde la feliz espera es que se puede asumir. Y tercero porque la caridad es la única respuesta para proceder. Así conformamos el modo de ser y actuar como Jesucristo para enfrentarnos al desenlace definitivo y misterioso del fin.
Siempre han existido terremotos, pandemias, huracanes, meteoritos, guerras… Y cuidado con perder la compostura al pensar que la hora está a la vuelta de la esquina. Que la lista de los años del fin del mundo es larga desde la muerte de Cristo hasta hoy. De hecho, el evangelista advierte que hay que cuidar la mente para que “las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso”, (Lc 21, 34).
Por ello, como dicta la frase de los monjes benedictinos estamos llamados a: Ora et labora (orar y trabajar). Hoy es un buen día para reiniciar. Y el comienzo en la catequesis señala a las tres virtudes. Elevar una plegaria a lo alto desde el corazón para pedir a Dios poder experimentar la fe, esperanza y caridad para ser una nueva persona. ¡Dios aumenta mi fe, aumenta mi esperanza y aumenta mi caridad! ¿Dónde se encuentran estas virtudes? En la Eucaristía, en la vida sacramental, en ese comulgar el cuerpo de Cristo, en la adoración eucarística, en el diálogo con Dios en la oración, la lectura de la Palabra de Dios. Porque ante el misterio final, nuestra fe, esperanza y caridad será lo único que tendremos para presentar…
Enrique I. López López
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