El Padre ha muerto, el amigo, el hermano. No se estila tanto hoy, en nuestro mundo secularizado. Es bueno que los comercios se cierren, que en la radio se escuche la música suave; en el púlpito la voz del predicador. Es Viernes Santo. La risa del teatro o el jolgorio de la playa no debería ser lo más propio para el alma creyente. Es bueno que en la televisión presenten el terrible drama de un Dios que se dejó matar por los hombres. En el club han quedado las cartas sobre la mesa inmóvil, desde ayer. Se pasean rosarios y colores grises visitando iglesias. Y el día transcurre serio, pensativo, profundo.  Porque también el tiempo hoy tiene una nueva dimensión que se sondea no en relojes, sino en el alma común del hombre.

Un día es profundo cuando en él se reflexiona mucho, o por lo menos más que en los otros del año. Tal es el Viernes Santo. De este bajar los ojos y apretar con el puño el mentón se puede esperar mucho. Creer lo contrario es desvalorizar al hombre y arrancarle la semilla de todo progreso que se llame humano. Es el pensar serio el mejor propósito de un drama como el del Gólgota.

¿Y por qué así el Viernes Santo? Porque este día se sacuden las conciencias como el arbusto polvoriento a la vera del camino. No hay solo cirios y oraciones. Hay silencio y recogimiento. Que es decir hay reflexión y pensar. Silencio para el monólogo, o para hablar pausado con nuestro Dios. Recogimiento ante lo misterioso. Hay, en suma, ese cuarto de hora de no hacer nada para pensar, tan capital para el pensamiento como el comer o el dormir para la vida.

No se qué hace ese hombre a la puerta del templo. Pero se ha detenido. Entra, lo que hace mucho no hacía. Siente el gemido de dolor de Dios. Piensa y llora. Y viendo esa cruz en silencio piensa que “cuando se ha vivido bien, el féretro es un carro de triunfo”. Se pueden pensar entonces tantas cosas.

En cambio, no son así las horas prosaicas. No puede faltarnos el pensar serio; sacudir la ligereza que desprecia al pensamiento. Es triste ver que ocurre el fenómeno más temible, la oxidación de la facultad de pensar. Somos ya tísicos sin respiración de lo profundo, de lo verdaderamente humano por encima de lo animal. Obligarnos a meter la cabeza entre las manos es forzarnos a una carrera con obstáculos.

Pena es, pero resulta difícil pensar por sí mismo. Lo fácil, lo a la mano es pensar por otro; pedir prestado. Ir como pordioseros, tender las palmas a todo el que voltea la esquina filosófica y recibir a su vez ideas pordioseras, vestidas con mantos de reyes. Y vivir así, parásitos intelectuales. Y dejar pasar el preciso momento de no hacer nada, como lo dejó pasar el suicida que llegó a un extremo de pólvora y sangre.

Esto. Hoy es un día con luto de Dios y quiero estrechar el ideal de toda renovación humana en esta frase: darle a cada día un poco de Viernes Santo.

(Padre Jorge Ambert)

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