Del libro de los Hechos de los Apóstoles, Pentecostés es la única celebración de la Iglesia cuya celebración no está contenida en el Evangelio sino en la Primera Lectura. Se nos narra, por supuesto, el momento en que los Apóstoles y otros discípulos recibieron el Espíritu Santo.
En la 1ra Carta a los Corintios, San Pablo nos describe qué es lo que el Espíritu Santo hace en nosotros. En pocas palabras, nos capacita para ser santos, para buscar al Señor.
En el Santo Evangelio según San Juan, Jesucristo hace con los Apóstoles algo que no podía hacer antes de resucitar de entre los muertos derramar sobre su Iglesia el Espíritu Santo para que pueda anunciar a Cristo Resucitado.
Y llegamos a Pentecostés. La revalorización de esta solemnidad ha hecho que el Tiempo Pascual tenga un propósito. Durante la Cuaresma, todos veíamos a la Semana Santa como una meta. Pero luego de celebrarla, la piedad popular caía ya en un desinterés porque no se tenía una meta fija que celebrar. Ahora, con Pentecostés, ya tenemos una meta para cerrar con broche de oro el más bello de los tiempos litúrgicos.
No podemos decir que tenemos devoción al Espíritu Santo, porque la devoción se deja para los santos. Al Espíritu Santo se adora, nos postramos ante Él, porque es Dios, es la Tercera Persona de la Trinidad. Y, aunque donde está uno están los Tres, el Espíritu Santo es la dimensión de Dios que está dentro de nosotros, que nos llena de Dios, que nos lleva a ser santos, que nos ayudan a llegar al Cielo. El Espíritu Santo obra en dos instancias: personalmente ‘-está en cada uno- y en la Iglesia en su totalidad. Las lecturas de hoy tocan ambas dimensiones. En la Primera Lectura y el Evangelio cada uno de los Apóstoles recibe al Espíritu Santo, de manera personal, para luego juntos como Iglesia, llevar el mensaje evangélico a toda la tierra.
Hay algo que llama la atención. Utilizamos mucho las imágenes de piedra, verdad, estabilidad, firmeza, para referirnos a Dios. Esto es cierto, pero en la persona del Hijo: Él es la piedra que desecharon los arquitectos y que se ha convertido en la Piedra Angular, Él es el Camino, la Verdad y la Vida, etc. Pero las imágenes que el Espíritu ha escogido para sí son agua, aire, fuego. Estas imágenes son imágenes de cambio, de destrucción y construcción, de vida, de dinamismo, de transformación. Porque estos tres no solamente no son elementos cambiantes en sí mismo, sino que cambian todo lo que tocan. Eso es lo que nos quiere decir el Espíritu Santo: Jesús es la Verdad Revelada por el Padre y esa Verdad no cambia, es perenne. Pero la forma en que llevamos y enseñamos esa verdad, la forma en que la vivimos, es dinámica, cambia, se transforma, busca nuevas formas. Y el Espíritu Santo está aquí para llevar esos cambios sin traicionar la verdad. Miremos la Sinodalidad que el Santo Padre propugna, como una de esas acciones del Espíritu Santo.
Padre Rafael “Felo” Méndez Hernández, Ph.D.
Para El Visitante