Celebramos a las madres. Es el reconocimiento a quien es el instrumento de lo más sagrado que posee la tierra: la vida humana. No solo a la que es puro medio biológico, inconsciente o ciegamente determinado por un salvaje instinto a usar el sexo que multiplica vidas. Se honra, sobre todo, a la que es madre en conciencia, madre de cada momento, la que en sacrificio perpetuo prolonga las contracciones del parto en el dolor más agudo de quien sigue paso a paso la vida que se despliega. ¡Y que sería menos vida humana sin esa protección maternal!

A ella honor. ¡Cuántos poetas la han enaltecido con la emoción de un verso! El Brindis del bohemio con su dejo sensiblero y romántico, pero certero en dar con una fibra real. Los oradores desplegaron su verbo elocuente en panegíricos. Recuerdo aquí aquella bonita cita de Ramón A. Lara, obispo chileno:

“Hay en la vida del hombre una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer que, siendo ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y siendo instruida, goza con el candor de los niños. Una mujer que, siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto todos sus tesoros por no sufrir la herida de la ingratitud en su corazón. Una mujer que, siendo vigorosa, se estremece con los vagidos de un niño, y siendo débil, se reviste a veces con la bravura del león”.

“Una mujer que, mientras vive, no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan; y después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos para mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por oir un solo acento de sus labios… De esta mujer no me exijan el nombre, si no quieren que se anude mi voz en mi garganta y se nublen con lágrimas mis ojos, porque yo la he visto pasar en mi camino… Si alguno te pregunta quién es, respóndele que aquí he dejado con estas palabras el retrato de mi madre”.

Hoy la celebramos. Recordamos en ese rostro aquel otro también modelo heroico de madre, María. Curioso es que en algunos países coincida la celebración de la madre con una fiesta de la Virgen, y en la mayoría se celebre en mayo, mes para honrar a María. Ella fue la que gozó en grado más intenso que otra su maternidad, por no tener que compartirla con otro ser que fuese padre en su concepción y parto milagroso. Milagro que señala hacia nuevas profundidades de maternidad, en que la misma experiencia biológica no sería necesaria para experimentar la fecundidad maternal. Nuevos niveles de maternidad, tal vez más concentrados y plenificantes por ser descubiertos de nuevo. El útero hinchado no será, pues, el camino obligado para merecer el título de madre. Hay úteros vírgenes y también densamente maternales.
Celebramos a la madre. Hoy le daremos un beso de agradecimiento. Y un regalo, valioso no tanto en si cuanto en su símbolo. Loor también a los úteros vacíos ante los ojos ginecológicos. Loor también a esa mujer difunta, que sintió como vocación cristiana ser madre de muchos niños y tuvo que aceptar la frustración de una relación médicamente estéril. Su vocación no era de religiosa; era de madre. Y tuvo que ejercer esa vocación como madre espiritual de muchos que nacieron a vida de fe por su testimonio evangélico y su fuerte predicación del amor de Dios.


P. Jorge Ambert Rivera, SJ
Para El Visitante

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