Su nombre es María del Mar Bosh Figueroa, tiene 47 años, es la segunda de cuatro hermanos. Su padre, español; su madre, puertorriqueña.

 

Mariita, como cariñosamente le llaman, nació en España y vino a vivir a Puerto Rico con su familia cuando tenía 6 años: “Yo creo que, desde el principio, ese ser de un lugar, pero ser de otro lugar, ser de muchos lugares, ha sido importante”.

 

Así lo expresó esta misionera a los breves minutos de iniciar su testimonio en entrevista con El Visitante, sentada en el suelo sobre un lienzo circular, pintado a mano, que quiere recoger la belleza de la selva amazónica y de la vida de las comunidades indígenas que allí viven.

 

Sencilla, cercana, con un corazón familiar que acoge a todos con alegría, una mirada tierna y profunda.

 

Su niñez y juventud transcurrieron con normalidad. Siendo ya universitaria, una cosa tenía muy clara: “Yo quería tener una experiencia de misión”, expresó. Dios confirmó su deseo en las palabras de un sacerdote: “Si tú quieres conocer otra realidad, las puertas de Paraguay están abiertas”. Y, en septiembre de 1995 viajó a Paraguay, donde tuvo su experiencia misionera más importante.

 

Allí, durante seis meses, tocó la realidad de personas que vivían en un basural y que buscaban en medio de los desechos los materiales que pudieran vender. Del mismo basural comían los alimentos que se tiraban de casas y restaurantes, y sacaban los fetos que arrojaban de las clínicas para darles una sepultura digna.

 

Otro aspecto significativo fue el de fe y vida: “lo que aquella realidad traía era que todo se mezclaba con la vida; lo que decía la Palabra cada día era lo que estaba pasando allí, y eso fue muy fuerte, porque era Dios presente en la realidad, y me trastocaba por la realidad de donde yo venía”, dijo.

 

De regreso a Puerto Rico, Mariita tuvo experiencias profesionales, misiones de periodos más cortos, sumado a un proceso de pruebas, confusiones y frustraciones. Luego de un tiempo se presentó otra oportunidad, y en 2015 realizó su segundo viaje a Brasil.

 

Desde entonces, forma parte del Proyecto Equipo Itinerante, fundado en 1995 por el jesuita Claudio Perani y cuya propuesta es “ir sin prisas, estar con la gente, compartir con ellos. Anden por la Amazonia, escuchen lo que el pueblo habla, sus alegrías, sus tristezas, sus dificultades, sus sueños, sus utopías, participen de la vida cotidiana del pueblo, registren lo que ellos dicen en sus propias palabras y no en su interpretación, y no se preocupen por los resultados, el Espíritu irá guiándolos”.

 

Se trata, pues, de una “presencia gratuita; de que, antes que hacer, es estar […]. Nuestro servicio tiene mucho que ver con hacer puentes, porque a veces nosotros no tenemos la respuesta, pero sí nos toca poder visibilizar las situaciones que ellos traen y ver cómo seguimos involucrando otros espacios”, indicó.

 

“Una de las cosas en la misión es la humanidad. He sentido la humanidad tan cerca, mi propia humanidad y la humanidad de las demás personas, y ver a Dios en la humanidad y cómo trabaja con ella”, añadió Mariita, quien participó, además, del Sínodo de la Amazonia en Roma.

 

“Para mí, la vida es misión, todos estamos en misión, es una actitud delante de la vida. Ni la comunidad ni la misión es solo cuando se llega a un lugar; se hace comunidad en el camino […]. Yo creo que Jesús vivía desde esa lógica de la travesía, la vida es ese estar en movimiento. La misión no es tanto lo que uno va a hacer, sino una presencia gratuita, y todo el mundo aporta lo suyo”, puntualizó.

 

Vanessa Rolón Nieves

Para El Visitante

 

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