La Medalla Milagrosa tiene sus orígenes en las apariciones de la Virgen María a una novicia en París para el 1830. Durante una noche parisina en pleno verano un niño despertó a la novicia para que fuera a rezar a la capilla. Allí la Virgen María se le apareció a la muchacha, Santa Catalina Labouré. La Virgen se le apareció en julio y noviembre del mencionado año en tres ocasiones.
En la primera aparición se le encomendó una misión, en la segunda aparición la Virgen le habló de los pobres y las víctimas de la guerra y en la tercera aparición, el 27 de noviembre, se le encomendó hacer una medalla que resumiera la imagen con los símbolos presentes en la aparición.
La imagen que hoy está plasmada en la Medalla Milagrosa es simplemente una representación de la aparición. La Virgen María con los brazos extendidos y de sus manos salen rayos luminosos que descienden hacia la tierra, junto a ella un globo luciente sobre el cual está la cruz y una “M”, los corazones de Jesús y María. Sobre la Virgen rodeándolo todo se escribe: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Hoy la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa es uno de los lugares de peregrinación de Francia, en la Calle Rue du Bac justo en el corazón de París. Al ingresar en el templo un pasillo repleto de detalles de gratitud por las gracias recibidas antecede la entrada de la simple, pero hermosa capilla de proporciones pequeñas. En fin, un lugar especial donde afloran las plegarias a Dios, un remanso de paz, un espacio de veneración y un pulmón espiritual en el centro de la ciudad europea.
Aquí algunas claves dentro de la Medalla. Aparece la imagen de la Inmaculada Concepción con la Virgen aplastando a la serpiente con sus pies, signo del triunfo sobre satanás. Además, ella sobre el globo, como reina del Cielo y la Tierra, sobre su cabeza se encuentran las 12 estrellas sobre la cabeza de María vestida de blanco, como dicta Apocalipsis (12, 1).
Hay que destacar que la Medalla Milagrosa no envuelve superstición alguna ni es un amuleto ni otorga la llamada “suerte”, sino que debe ser en todo momento un signo de la confianza en el poder de la oración y un testimonio de fe. ■
Enrique I. López López
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