Vivimos en un mundo en el cual el éxito es la medida de la felicidad. Ser exitoso significa tener poder, reconocimiento, bienes económicos, sentirse superior. Es un mundo en el que todo se vale, con tal de lograr el bien particular de cada uno. La sociedad y el proceso de socialización se presentan como una amenaza a la libertad del ser humano. Los sistemas económicos ven como un triunfo el enriquecimiento de algunos y no mencionan la marginación económica de muchos y nos satisfacemos con los alcances de los adelantos tecnológicos.
Esta forma de ver al mundo rechaza uno de los principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia: la solidaridad. La Doctrina Social de la Iglesia establece que la solidaridad es la única alternativa para lograr un desarrollo de los pueblos que garantice la paz. La solidaridad, en su aspecto social, es una manera de interrelacionarse con los otros seres humano, de forma tal que busque colaborar con ellos en la búsqueda del bien común. El Catecismo de la Iglesia Católica (-CCE- núm. 1939), muy acertadamente, la define como la “caridad social” y la establece como una exigencia de la fraternidad.
La solidaridad es la demonstración del amor a nivel social. Se manifiesta en la distribución justa de los bienes producidos y en la disponibilidad y remuneración del trabajo (CCE, 1940) e implica que los miembros de una sociedad pueden actuar como un todo. La Organización de las Naciones Unidas ha declarado a la solidaridad como uno de los valores fundamentales de las relaciones internacionales y sin ella no se puede garantizar el desarrollo y la paz en el mundo. La Iglesia en su doctrina es aún más exigente, estableciendo que la solidaridad es una exigencia moral (CCE, 1941) tanto a nivel personal, como a nivel global.
La pregunta es: ¿Cómo adelantamos en el camino de la solidaridad? Se me ocurre que si volvemos a revivir la Parábola del Buen Samaritano (Lc10, 29ss) , sería un buen comienzo para lograr los cambios de pensamientos, que a nivel personal nos harán más virtuosos en el camino de la solidaridad. La primera acción del Samaritano es estar atento: “pasó y vió” e inmediatamente “tuvo compasión”. Esa misma actitud debe tener todo cristiano ante las necesidades de los demás: estar atento y compadecerse. Pero si su actitud hubiese permanecido únicamente a nivel anímico, sin tomar acción para colaborar con el hombre que bajaba de Jerusalén, no hubiese actuado ejemplarmente. El verdadero amor se demuestra con acciones concretas y el Samaritano toma varias para cubrir la necesidades de aquel desconocido: “se acercó, vendo sus heridas, lo cuidó y antes de irse encomendó su cuidado al dueño del albergue”. No sólo fue solidario con el desconocido, sino que también hizo a otros ser solidarios con él.
Entender el imperativo de la solidaridad nos revierte a la misma esencia de lo que somos. El Catecismo establece que existe solidaridad entre todas las personas solo por el hecho de ser criaturas del mismo Creador. Por eso nada que afecte a nuestros hermanos nos puede ser ajeno. No basta con obtener mis propias metas, tenemos que colaborar para lograr las metas de todos. Y esta actitud trasciende las barreras de los pueblos.
Un mundo solidario es un mundo de comunión y armonía. Lograrlo requiere deshacernos de muchas conductas aprendidas y de muchas actitudes adquiridas. Requiere también el desarrollo de instituciones internacionales que fomenten la unidad y cooperación entre los pueblos. En un mundo cada vez más global, todos dependemos unos de otros. La interdependencia requiere de acciones concertadas para resolver los problemas de la migración, la pobreza, el daño ambiental, las condiciones sanitarias, entre otras.
El llamado de Jesús a todos los que escucharon la parábola del Buen Samaritano fue: “Vé tu y haz lo mismo”. Para la Doctrina Social este es un buen comienzo, pero la solidaridad social requiere un paso adicional, incluir a otros: unirnos para colaborar con el bien de todos, no dejemos a nadie atrás en nuestro camino. Esforcémonos en la búؚsqueda del bien común y aceptemos la propuesta de Jesús.
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano