El arte tiene un lugar especial en la Iglesia. Le reconoce y le favorece por cuanto en su expresión se refiere a la belleza divina y favorece la relación del hombre con Dios. Esa es la finalidad del arte sacro en sus diferentes manifestaciones.

Así lo evidencia, también, el trabajo del puertorriqueño Felipe Rivera Ortiz: pintor, escultor, dibujante y profesor de Artes Visuales. 

Nació en 1982, creció en el seno de una familia cristiana y de artistas, sobre todo, en el ámbito musical.

Aunque cursó estudios universitarios con especialidad en Artes Visuales, Rivera fue autodidacta en este campo desde sus 11 años cuando se dejó cautivar por las obras de artistas como Miguel Ángel, Leonardo y Rafael.

Su carrera artística ha evolucionado y, luego de dedicarse al arte contemporáneo, la pandemia le abrió el horizonte del arte sacro que inició con la pintura de un Sagrado Corazón de Jesús.

“El arte para mí se ha convertido en mi nueva manera de evangelizar, pero, también, en mi nueva manera de orar y de impactar vidas. Yo creo que una de las cosas más maravillosas de esto, más allá del producto plástico de la obra, es la bendición de cómo a través de una obra tú vas ayudando a que la gente se vaya haciendo una con el Evangelio, que se vaya sintiendo atraída, bendecida y formada”, dijo el artista en entrevista con El Visitante.

Apasionado por lo que hace, Rivera está consciente del compromiso y la responsabilidad que implica hacer arte sacro, no sólo en la calidad del trabajo sino en la unidad que debe tener con la vida misma.

“La belleza del arte está en que nosotros podemos impregnar nuestra obra con lo que somos. Hay algo que siempre digo a mis estudiantes y es que nosotros no podemos engañar al espectador. El espectador en la obra ve lo que nosotros somos, y yo pienso que obra y artista tienen que ser una misma cosa, que en lo que el artista hace, va plasmando lo que cree, lo que piensa, lo que vive”, expresó.

En este sentido, resaltó la relación que guarda el arte con la predicación: “Yo creo que el arte sacro, en ocasiones, viene a completar un poco la labor del sacerdote que predica en el ambón, porque a veces lo que no entra por nuestros oídos entra por nuestros ojos, y el arte tiene un poder muy grande de llegar a lo profundo del alma con poco”.

Asimismo, rescató con mucha sencillez el punto en el que otros tipos de arte se distinguen del arte sacro, y es que éste último “tiene una esencia especial que parte de la experiencia misma del encuentro con Jesús”.

Rivera recordó agradecido, en varios momentos, el modo en que Dios ha utilizado personas, especialmente sacerdotes, que le han ayudado a adentrarse más en el fascinante mundo del arte sacro como expresión de la fe.

Hoy día, son varios los templos de Puerto Rico que cuentan con una o varias obras del pintor. Entre ellas: Santísimo Sacramento en Ponce, San Antonio de Padua en Coamo, San José en Peñuelas y San Ramón Nonato en Juana Díaz.

De otra parte, su talento le ha alcanzado importantes galardones nacionales e internacionales: el Premio Lorenzo El Magnífico, Medalla de Plata en la categoría de Escultura de la Décima Bienal Internacional De Arte Contemporánea Florencia, Italia, y la Medalla de Honor en el III Bienal de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, Argentina, entre otros. 

A pesar de lo que eso significa para un artista y su país, Rivera Ortiz dejó claro que “el premio más grande es ganarnos el cielo haciendo bien lo que hacemos”.

Mientras eso llega, aseguró sentirse “doblemente bendecido porque siento la bendición del talento que Dios ha puesto en mí, pero, a la misma vez, siento que estoy cumpliendo con la misión y la vocación para la cual he sido llamado”.

Algunas de las obras más destacadas de Felipe Rivera son: la Madre del Santísimo Sacramento, el San José dormido y el Beato Charlie que se utilizó para la promoción de la producción puertorriqueña Charlie, El musical.


Vanessa Rolón Nieves

Para El Visitante

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