Contexto
En la celebración dominical, el Evangelio debe iluminar la comprensión de la liturgia de la Palabra. Hoy también debemos ver en la pequeña reseña que nos hace Marcos (1,29-39) de un fin de semana en la vida de Jesús, la luz para hacer una interpretación de la perícopa, algo deprimente, de Job 7,1-4.6-7, a la cual respondemos con el Sal 146. Aunque la segunda lectura no va, estrictamente hablando, en sintonía con las otras lecturas, podemos hallar en el afán y responsabilidad misionera de Pablo (1 Cor 9,16-19.22-23) un vínculo con el pasaje evangélico de hoy.
Reflexionemos
En el pasado la vivencia fiel y valiente del domingo, día de la Pascua semanal (cf. SC 106), marcó la vida, el tiempo, las actividades de los cristianos hasta transformar la sociedad y hacer del primer día de la semana, no sólo una jornada de culto, sino para la caridad, el encuentro familiar, valorar al ser humano, etc. incluyendo, por supuesto, debido descanso (v. Carta Apostólica, Dies Domini de S. Juan Pablo II, sobre la santificación del Domingo); nuestra sociedad ha sido absorbida por la “teología” del wiquén en el que hay que olvidarse del ajoro del trabajo semanal, para pasar al ajoro del quehacer doméstico, pues hay que comprar, lavar, planchar, limpiar y hacer todo lo que no se puede hacer de lunes a viernes, y a veces, para completar, dedicarse al deporte, incluso con exigencias competitivas de los equipos en que participan los hijos.
Para poder dedicarse a eso, algunos, primero pasan por la “catarsis” del happy hour o del viernes social, olvidándose, a veces, hasta de Dios y su familia, haciendo, incluso, una pausa en sus valores, lo que luego requiere un Sabbat o medio Sabbat para descansar del cansancio del trabajo de lunes a viernes y de los efectos del viernes social para adentrarse en el ajoro del resto del sábado que se extiende al domingo, por lo cual quedará en veremos el culto a Dios y la celebración del día de la resurrección, que se reducirá, en el mejor de los casos, a una simple hora u hora y media de misa (¡uff!), si da tiempo y no hay otra cosa “más importante” qué hacer.
Viendo las cosas así, experimentamos un devenir alocado en el que el dios Cronos se traga nuestra vida; lo que nos puede llevar a una angustia peor que la de Job, porque no somos los justos entregados a Dios, que no entendemos porqué sufrimos, sino que somos esclavos de Cronos, Mammón y Dionisio, quienes no escucharán nuestra súplica angustiosa, como Dios oyó la de Job. Nuestro grito de: somos jornaleros, buscamos suspiro, aguardamos el salario, nuestros esfuerzos son baldíos, no termina la fatiga y los días corren sin ton ni son, caerán en oídos sordos.
El sentido (la “teología”) cristiano del wiquén es otra. El viernes comenzamos con la memoria de la pasión del Señor y concluimos el domingo con la memoria gozosa de su resurrección. La vivencia pascual de estos días nos permite darle sentido al sufrimiento y dificultades de la vida y a toda la semana. Además, nos enseña a descentrarnos de nosotros para ir servicio de los demás, como hizo Jesús al salir de la sinagoga aquel sábado, e ir al encuentro de enfermos, poseídos y luego a descansar en los brazos de su Padre celestial en una vigilia de oración hasta el amanecer del domingo.
La teología cristiana del wiquén nos motiva a “hacernos débiles con los débiles; a hacernos todo a todos, para ganar a algunos”. A servir y evangelizar, “no tenemos más remedio” como dice Pablo. Esa teología le da un sentido al tiempo y al esfuerzo. Por ello Jesús tiene aún fuerzas para pasar la noche en oración y al otro día decir vamos a otras aldeas para predicar.
A modo de conclusión
El sinsentido del wiquén mundano termina cansándonos más. ¿Por qué no tratamos de vivir el wiquén como Jesús? Veremos que sus efectos serán distintos.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante