A sus ocho décadas de edad, don William Burgos Vega demuestra en su rostro la satisfacción de su paternidad. Para este caballero su familia es una de las mayores bendiciones que Dios le ha concedido en su vida.
Sin embargo, este padre de tres hijos varones ha confrontado retos de una manera que, aún hoy día, pocos sabrían enfrentar del modo en que él y su esposa lo han hecho.
Para el tercer embarazo de doña Leila, la pareja sabía que el niño podría venir con alguna condición de salud, ya que el factor Rh negativo en su sangre podía afectar el desarrollo del feto. En contraste, según su ginecólogo era poco probable que algo así sucediera, ya que esta gozaba de una condición de salud estable.
No obstante, dos semanas antes de la fecha de la cesárea, Leila sufrió una caída que igualmente pudo haber influenciado en el embarazo. Así en 1969 llegó José Manuel Burgos Domínguez, el menor de la casa, mejor conocido como Manolito.
Al nacer fue un bebé de apariencia normal, pero unos meses más tarde sus padres notaron que el niño aún no había desarrollado los movimientos propios de su edad.
Como resultado, Manolito fue diagnosticado con perlesía cerebral severa. En su caso se le considera como impedido severo pues no se manifiesta verbalmente y es dependiente total. Solo da algunos pasos apoyándose de alguna persona.
Para don William, el hecho de que él y su esposa hayan sido una pareja de valores religiosos y que todo lo consulta entre sí, los dejó recibir la noticia con la normalidad dentro de lo que la situación así lo permitía. A su vez, manifestó que la experiencia fue una positiva para el desarrollo del matrimonio porque los unió más.
“Nos dedicamos más a la familia, incluyendo a los otros dos hijos de 5 y 6 años. Así evitaríamos la noción de que hubiera uno impedido o con la situación de que era diferente a los otros”, sostuvo.
Cuando Manolito cumplió 6 años, sus progenitores, maestros de profesión, se movilizaron para brindarle la ayuda y servicios necesarios desde el hogar. Inicialmente una maestra de educación especial le daba las clases a domicilio.
Cuenta don William que leyendo el periódico se enteraron de una familia que visitó el Instituto para el Desarrollo del Potencial Humano en Filadelfia, Estados Unidos. Este ofrecía adiestramiento para niños con condiciones como la de su hijo.
“Visitamos a esa familia y vimos lo que habían logrado con su hijo. Nos entusiasmamos tanto que decidimos llevar a Manolito”, expresó.
La pareja viajó junto a su retoño cinco veces durante 2 años y medio. El programa consistía de una primera evaluación que ofrecía un diagnóstico y un adiestramiento de 12 horas diarias durante una semana, que luego los padres desarrollarían en casa.
El mismo cubría las áreas del potencial humano, como la educativa, física, mental y social. Una vez alcanzaban el progreso trazado, les daban un nuevo plan de tratamiento.
“Ese programa fue tan amplio y tan motivador que realmente lo cogimos en serio. Como el Instituto no permitía que fueran otras personas distintas a los padres, tuvimos que alternarnos año y medio y dejar los trabajos. Ella (doña Leila) lo hizo primero y después yo. Lo hicimos con ayuda de los hijos y de la comunidad de la iglesia”, detalló don William.
Gracias al apoyo de donativos y actividades de recaudación de fondos cubrieron los costos que en aquel entonces sobrepasaron los $20 mil. Igualmente, la acogida de la gente fue clave para cumplir con los requisitos del programa.
“Era una labor que no se podía hacer solo. Habían ejercicios en los que se necesitaban desde dos hasta seis personas”, admitió.
Entre los principales resultados obtenidos en el programa, lograron mantener en el niño una salud óptima con una alimentación especial, aún cuando los médicos auguraron que viviría hasta la edad de 15 años (actualmente tiene 45 años).
De igual modo, sin necesidad de intervención médica corrigieron en un 98 % su condición de estrabismo y con asistencia lograron la meta de que Manolito, quien antes estaba postrado, caminara 17 kilómetros.
De otro lado, con orgullo don William confesó que su hijo es como un ángel para ellos. Como resultado, casi todos los días salen a pasear en familia. “Al impedido no hay que encerrarlo, tenerlo guardado y mucho menos esconderlo. Por el contrario, hay que llevarlo al cine, al parque, al supermercado”, afirmó.
Aseguró que: “Para estos niños no hay límites. Entre más experiencia se le pueda dar a un niño impedido, mejor el desarrollo en todas las áreas”.
El también ministro extraordinario de la comunión se considera un padre afortunado, pues entiende que la llegada de Manolito ha sido como un premio en la vida matrimonial.
“Ha de ser una labor de amor, dedicación y entrega total. La experiencia más grande para nosotros es que hemos trabajado tan unidos que lo que hemos logrado es lo de ella (su esposa) y lo mío”, concluyó.