(Por el 41 aniversario de Mons. Ulises Casiano)

Soy uno de los sobre 40 sacerdotes que ordenó Mons. Ulises Casiano durante sus años de ministerio episcopal. También viví mi infancia y primera etapa de peregrinación terrena en Lajas, su pueblo natal. Conozco a Mons. Casiano desde esa primera etapa de mi existencia. Conservo vivos recuerdos de sus años de ministerio en la parroquia San Isidro Labrador en Sabana Grande, donde iba a ayudar los fines de semana. Solía ir con mi abuela materna a misa en el templo parroquial sabaneño y en numerosas ocasiones fue  P. Ulises quien celebraba.

Ya en mi etapa de formación en el Seminario pude conocerle mejor. Tuvo siempre cercanía con los seminaristas y nuestras familias. Varias veces durante el curso académico nos visitaba. En los tiempos de vacaciones nos invitaba a pasadías en los que él mismo solía ser quien cocinaba y servía los alimentos. Nos escuchaba con atención siempre que requerimos confiarle nuestras cuitas y dificultades, así como nuestras expectativas.

A partir de mi ordenación admiré siempre su cercanía con los fieles. Tuvo una visión muy pastoral de acompañar a todos. En sus visitas pastorales  preguntaba por quienes no veía, si estaban enfermos. Fue el primero en acudir a visitar nuestros familiares enfermos. Siempre estuvo disponible para suplirnos en situaciones de necesidad, cual un cura más de pueblo.

No estuvimos exentos de dificultades y momentos de alta tensión. Tengo que confesar que chocamos en varios momentos por diversas situaciones, visiones encontradas de cómo proceder en determinadas circunstancias. Más no se perdió nunca el espíritu fraterno y el anhelo de trabajar en comunión por el bien de los fieles. Eso sí, me gané el sobrenombre de rebelde, aún me recibe así cuando le visito en el Hogar donde reside.

Nuestros encuentros sacerdotales fueron gozosos y él mismo animaba los eventos. Invitaba a nuestras fiestas de Navidad a los demás Obispos, jugaba dómino y encendía el jolgorio con su voz fuerte. Era una gozada jugar al dómino con el difunto Cardenal Aponte y él de adversarios. En el tiempo de Navidad nos invitaba a algunos a su casa para tener una animada parranda.

Mons. Ulises disfrutaba narrar chistes y anécdotas vividas en su ministerio. Desde la viejecita que se refería a su mitra como la cacharra que usaba en la cabeza hasta el vecino de su barrio La Haya de Lajas que le gritó a su paso cuando se anunció su nombramiento de Obispo: “Ulises, con un Cardenal del mismo barrio cualquiera llega a Obispo”.

Fue Mons. Casiano, por designio de la Divina Providencia, el primer Pastor de la Iglesia local de Mayagüez. Tomó con gran celo su misión. Una de sus primeras iniciativas fue crear la Obra Vocacional Diocesana.  Fruto de su tesón y dedicación fue la promoción vocacional, que en su ministerio episcopal fue fecunda. Sentó la base de lo que hoy seguimos cosechando.

También fue iniciativa suya el Instituto Diocesano de Pastoral. Con el apoyo decidido y entusiasta de Mons. Francis López Mercado, (R.I.P.) entonces vicario de Pastoral, dio comienzo a un programa de formación para laicos en un ciclo de 3 años, que aún hoy rinde frutos.

A Mons. Casiano le correspondió construir una diócesis desde sus cimientos. Al mismo tiempo que forjaba un camino pastoral, fomentaba la dotación de instalaciones físicas para el funcionamiento de la curia episcopal. El proceso fue esforzado, por momentos muy cuesta arriba, pero no cejó en su empeño. Le correspondió sentar las bases de cada estamento diocesano, desde los departamentos propios de gobierno diocesano, hasta las oficinas de servicio de caridad y atención a los necesitados.

Su ministerio episcopal fue prolongado y eficaz. Como todo proceso en el que incide lo humano hubo luces y sombras, aciertos y desaciertos. En justicia fueron mayores las luces y aciertos.

Damos gracias al Señor por el regalo de su ministerio episcopal. En esta etapa final de su vida, desgastado por lo que certeramente llamó P. Larrañaga las fuerzas de la decadencia, oramos para que su ofrenda y holocausto final sea culmen de una jornada que abone fecundidad y santidad a nuestra comunidad diocesana. A él nuestra gratitud por su entrega generosa, a Dios nuestra alabanza por dárnoslo como pastor.

(P. Edgardo Acosta Ocasio)

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