“No explotarás al jornalero humilde y pobre, le darás cada día su salario… No torcerás el derecho del extranjero”, (Dt 25, 14-18).
La Iglesia Católica conmemora a través de la figura de San José Obrero, -Patrono de los Trabajadores- una de las fiestas más justas por cuanto le rinde honor a las trabajadoras y a los trabajadores de todo el mundo. La importancia estriba en encomendar a San José Obrero la vida, el trabajo y la dignidad de los obreros y las obreras en el lugar donde se ganan el sustento para sí y sus familias. Para ello, el Papa Pío XII, instituyó esta celebración litúrgica coincidiendo con la celebración del Día Internacional de los Trabajadores.
Al constituir la celebración en 1955, el Santo Padre reclamó para que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”.
En el Jubileo de los Trabajadores en el año 2000, el Papa Juan Pablo II manifestó: “Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir una sociedad que respete al hombre y su trabajo”.
“El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene”, (San Juan Pablo II).
Con este marco de referencia y basado en la persona humana y en su dignidad se establece desde el punto de vista de la Iglesia, la dignidad del obrero en su trabajo y del trabajador en sí mismo. Por ende, debe manifestarse en la responsabilidad de cada persona, entidad, asociación, compañía nacional o trasnacional, o a cualquier gobierno, a una “relación con el prójimo basada en el amor: desde el trabajador al empresario y del trabajo al capital, pasando por poner de relieve y bien manifiesta la dignidad del trabajo-don de Dios- y del trabajador -imagen de Dios-, los derechos a una vivienda digna, a formar familia, al salario justo para alimentarla y a la asistencia social para atenderla, al ocio y a practicar la religión que su conciencia le dicte; además, se recuerda la responsabilidad de los sindicatos para el logro de las mejoras sociales de los distintos grupos que representa, habida cuenta de las exigencias del bien de toda la colectividad y se aviva también la responsabilidad política de los gobernantes”.
De la misma, manera, la Iglesia; mediante la Doctrina Social, se compromete a promulgar la justicia laboral y a destacar sin tapujos los límites de la moral de las empresas y de los gobiernos y exigir trabajos dignos y decentes. En este empeño y con San José Obrero como portaestandarte destacar la figura del ser humano sobre el trabajo.
Para la Doctrina Social de la Iglesia, el trabajo significa “todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la Tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo”.
El Papa Francisco ha puesto muchos puntos sobre las íes; particularmente, en acentuar la Doctrina Social al expresar que “la mentalidad reinante en todas partes propugna la mayor cantidad de ganancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No solo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en las familias.
La mejor inversión es crear oportunidades. La mentalidad reinante ponte el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar y descartar (cf. Laudato Si’, 123)”.
“Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días, y nosotros hemos de hacer todo lo posible para que estas situaciones no se produzcan más. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas”, (Papa Francisco).
Desde la perspectiva laboral y como lo establece la Organización Internacional del Trabajo, (OIT), se la define como el medio por el que cualquier ser humano puede satisfacer sus necesidades básicas y afirmar su identidad; la forma en la que puede sustentar a su familia y vivir una existencia conforme a la dignidad humana.
De otra parte, desde los albores de la Revolución Industrial del siglo XIX, en los Estados Unidos se organizó una federación de uniones: la American Federation of Labor, (AFL), la que en su cuarto congreso aprobó la exigencia a una jornada legal de trabajo de 8 horas, contra las jornadas laborales extenuantes de la época. La misma fue implementada el 1 de mayo de 1886, por los sindicatos agrupados a la AFL o de lo contrario comenzarían una huelga. La huelga se concretó en muchos talleres y hubo muertos y heridos cuando la policía dispersaba a los miles de trabajadores de sus protestas, otros talleres decidieron aceptar la jornada de las 8 horas y poco tiempo después esos reclamos fueron expandiéndose a muchos otros países.
La jornada legal de 8 horas fue pues el reclamo más visible y contundente de la clase trabajadora contra la explotación laboral de aquellos tiempos. Por ello, la celebración de este día en tantas partes del mundo es una reivindicación de los derechos de la clase obrera y a su condición de seres humanos.
La Constitución de Puerto Rico establece; de una parte, que “la dignidad del ser humano es inviolable” y en otra establece una serie de derechos de trabajo para todos los obreros. Así pues, quedó recogido en nuestra Carta Magna; que esos derechos laborales, se instituían para dejar inequívocamente sentadas las bases favorables de trabajo, que la dignidad humana demandaba.
Estos derechos instauraron unas guías a cumplirse para cada trabajador o trabajadora en su quehacer laboral, y con los cuales poder adquirir ciertos bienes y servicios, que le son necesarios para lograr subsistir mientras contribuyen con su trabajo, esfuerzo y dedicación al bienestar general de nuestra sociedad. Por ende, en nuestro País, resulta de aspiración constitucional; que en ese proceso creador del trabajo, el obrero retenga para sí su propia seña de identidad y su dignidad como ser viviente único e irrepetible.
En la celebración de las festividades de San José Obrero y del 1 de mayo, se hace cada vez más imperioso una reflexión profunda sobre estos tiempos de eliminación de derechos a nuestros trabajadores y de su jornada constitucional de 8 horas del trabajo; del establecimiento de trabajos precarios sin beneficios; de grandes actividades económicas en cada vez menos compañías, de la destrucción de puestos de trabajo de las pequeñas y medianas empresas a causa de la desventaja frente a las megatiendas; y de la falta de consensos para construir al País en beneficio de su gente.
Ante la crisis fiscal y sus consecuencias; ha quedado -una ausencia de paz en amplios sectores de la población que viven tiempos de incertidumbre con relación a sus pensiones y de su derecho a vivir con dignidad los años de retiro, de la privatización de otros servicios públicos, o del incomprensible camino al desmembramiento de la Universidad de Puerto Rico-, por ello, se hace más evidente la necesidad de ser escuchados y tomados en cuenta, de que se legisle a favor de que se otorguen derechos y beneficios justos a tenor con las expectativas que se tienen de respeto y dignidad de los que producen las riquezas de nuestro País: los trabajadores.
Es hora de anhelar juntos un Puerto Rico mejor educado, más desarrollado y de mayor riqueza para todos; y también, más solidario y de mayor justicia social.
Román Velasco González
Ex Secretario del Trabajo (2004-2008)