“Al llegar el momento dispuesto de antemano por los impenetrables designios divinos, el Hijo de Dios quiso asumir la naturaleza humana para reconciliarla con su Creador […]”. Así dijo san León Magno, papa, en uno de sus sermones para la Natividad del Señor.
Hoy nos dejamos asombrar, nuevamente, por este misterio de la Navidad. El ambiente se torna en fiesta y, por supuesto, es de festejar una noticia que trae salvación. Sin embargo, es para considerar que, junto con la celebración, esta realidad nos mueve a poner la frente en el suelo porque Dios ha venido a nuestra tierra.
Vemos en la pobreza del pesebre a un Dios que quiso asumir nuestra humanidad, a un Dios humanado, con h de Hijo. Gozando de la libertad que significa vivir en obediencia al Padre, Jesús ha venido a enseñarnos cuán beneficioso es vivir en el abandono a la voluntad de Dios, en la dulce verdad de que hay uno por encima de nosotros y cuya grandeza no aplasta, sino que rescata.
Un Dios humanado, con h de humildad, que nos descubre nuestra vulnerabilidad haciéndose débil, frágil, dependiente, y no tiene miedo de ello. Mientras nosotros gastamos tiempo y energías obstinados por mostrarnos siempre fuertes e intocables, el Hijo de Dios lo mismo se revela necesitado en su nacimiento y hasta en su muerte, y así nos salva.
Este es el Dios con nosotros que vino a rompernos los esquemas, a poner en perspectiva lo verdaderamente importante y a enseñarnos las obras que nos hacen más humanos. Vino a abrazar nuestra humanidad con h de herida y hambrienta, deseando que así como Él se ha corrido el riesgo de abrazar nuestra condición, acojamos nosotros su vida divina.
En el Verbo encarnado encontramos la revelación de un Dios cercano, que entiende nuestro lenguaje y tiene cosas que decirnos… Un Dios humanado que nos habla… y ante la palabra que requiere ser escuchada, silencio. Noche de paz, noche de amor, cantamos estos días, y habría que decir, también, noche de silencio. Entrar en relación con Jesucristo, Palabra Eterna del Padre, es un camino para detectar el ruido que nos absorbe, al tiempo que vamos reconociendo la voz de Dios que es inconfudible.
En este sentido, Dios nos recuerda que algo que distingue al ser humano de las demás creaturas es su capacidad de diálogo, y podríamos tomarlo, asimismo, como una invitación a revisar si en nuestras conversaciones procuramos tender puentes que unan, escuchar con atención, apostar por la paz y la fraternidad, y nunca lacerar o separar.
Está entre nosotros el Dios humanado con h de hondura que da a lo terrenal su justo valor, que señala a lo eterno porque estamos llamados a la trascendencia, que afina la mirada para ver en lo profundo y nada le dicen las apariencias, que es fiel a sus promesas y sale en defensa de la persona para devolverle su dignidad.
Revisemos las puertas porque ha nacido el Dios humanado con h de huésped y busca quién le deje entrar…un Dios que es, al mismo tiempo huésped y hogar. Por todos ha venido, no quiere que se pierda ninguno, en su corazón caben todos.
Alegrémonos, hermanos, porque no le ha bastado con nacer, morir y resucitar. Este Dios humanado con h de Hostia Santa, se ha quedado con nosotros. También en cada altar se oye “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Por eso, aunque el misterio de cada Misa nos permite entrar al Gólgota, nos remite, también, a Belén y allí adoramos al Dios Vivo, Único y Verdadero.
En tiempos en que parece escasear la esperanza, el Dios humanado que irrumpió en la historia, al que nada ni nadie se le compara, marcó un antes y un después. Más aún, sigue dándonos la posibilidad, incluso habiéndole conocido ya, de renovar una y otra vez, en Él y con Él, nuestra historia personal, porque Él hace nuevas todas las cosas.
El mundo quebrado por las guerras, las divisiones, desigualdades e injusticias sigue ignorando la Luz que brilla en las tinieblas. El Dios humanado con h de humanidad, en su significado de sensibilidad y compasión, nos invita a vivir como hermanos, a no quedar indiferentes ante las necesidades de los desamparados, marginados y excluidos.
Nos invita a construir la unidad, a creer que la bondad resurge haciéndonos uno con Dios porque somos más humanos mientras más cerca de Él estamos. De su aliento nos viene la capacidad de amar que no poseen las demás creaturas, y poner el amor en obras da sentido a la vida. ¡Él nos lo ha venido a enseñar en persona! ¡En este Niño, todo un Dios se nos ha dado!
¡Feliz Navidad!
Vanessa Rolón Nieves
Para El Visitante