San Pablo se encontró en su comunidad incipiente con un problema: Mi esposo es pagano, ¿me divorcio para casarme con un cristiano? Respuesta: si impide tu fe, que es un bien superior, divórciate. Si no impide la práctica de fe, quédate con él, pues la mujer creyente santifica al marido incrédulo. En nuestra situación cristiana puede presentarse un caso análogo. Mi esposo/a (claro, bautizado de nene) no quiere acompañarme viviendo mi fe comunitaria. ¿Qué hago? Supongo que el marido es el “ateo”.
Primero, lo que no has de hacer: cantaletearle, regañarle por su falta, mostrarte piadosa a la brava, dejarle a un lado en sus necesidades por dedicarte a tus devociones, etc. ¡¡Podrías dedicarte a tus horas de iglesia, y quién sabe si él practica con otra pastora del último día!! Claro, estoy pensando mal. Como plus, te doy unos consejitos, por no quedarme mudo. Recuerda: “Tu no obligas a un alma a que crea. ¡La fe la da Dios! Tu oras, trabajas, confías y esperas. Lo demás lo hará Dios”.
– Vive tu fe de forma genuina, sincera. Que tu marido vea cómo ayuda esa práctica tuya para tu ser mejor esposa, amante, amiga, confidente… Nada convence a la larga como el ejemplo sincero, no hipócrita. En algún momento el Espíritu te dirá que no reces el rosario; reza conversando con el.
– Invítalo a acompañarte (“no quiero verme sola allí”). Si no quiere, no insistas; déjale tranquilo e incluso pregúntale si le molesta que tu asistas. Si le molesta, cede al menos en algún momento. Dios está en los pucheros, decía Teresa. ¡Y ahora el puchero es tu esposo!
– Procura que la comunidad donde vives tu fe sea una comunidad activa, participante, que no haga antipática la fe; (hay de todo en la viña del Señor). El creyente tiene derecho a elegir la comunidad que es apoyo, no rémora, para su fe. A lo mejor hay una comunidad en que sienta acogida.
– Con ocasión del aniversario, cumpleaños… invítale para acompañarte en una experiencia de tipo matrimonial (un taller, conferencia de grupo matrimonial, etc). Es raro que en una experiencia así no indiquen que la pareja debe abrirse a algo transcendente para mejorar su relación (en Renovación Conyugal así lo hacemos).
– La oración paciente por la conversión de tu esposo no debe faltar; es lo que practicó Sta. Mónica. La oración en algunos momentos con él, si no lo impide, es preparación para algo mejor. La alegría y agradecimiento a él por los valores humanos y religiosos que practica, hay que expresarla. Todo eso sirve como de pre-evangelización. Y siempre queda la esperanza de que, en los momentos tormentosos (que son parte de la vida) se acuerde de que hay que levantar los ojos a los montes, donde se encuentra el Dios amoroso abrazando al hijo pródigo.
Algo de este consejo se podría aplicar a los hijos. Es el dolor de padres prácticos en la fe observar que sus hijos no asumen esos valores. Y a veces tristemente practican todo lo contrario. En una reciente actividad de Renovación Conyugal tratamos ese tema, tan doloroso sobre todo para algunas madres. Aplícate lo dicho. Hay hijos que solo aceptan que el seto es duro cuando se estrellan. Y hay esperanza de que aprendan la lección. Aunque tarden demasiado, como Sta. Mónica. Ah, ¡que salgan vivos del seto!
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante