Jesús les contó esta otra parábola: «Sucede con el reino de los cielos como con un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero cuando todos estaban durmiendo, llegó un enemigo, sembró mala hierba entre el trigo y se fue. Cuando el trigo creció y se formó la espiga, apareció también la mala hierba. Entonces los trabajadores fueron a decirle al dueño: “Señor, si la semilla que sembró usted en el campo era buena, ¿de dónde ha salido la mala hierba?” El dueño les dijo: “Algún enemigo ha hecho esto.” Los trabajadores le preguntaron: “¿Quiere usted que vayamos a arrancar la mala hierba?” Pero él les dijo: “No, porque al arrancar la mala hierba pueden arrancar también el trigo. Lo mejor es dejarlos crecer juntos hasta la cosecha; entonces mandaré a los que han de recogerla que recojan primero la mala hierba y la aten en manojos, para quemarla, y que después guarden el trigo en mi granero, (Mt. 13, 24-30).
Años atrás, aprendí en filosofía, Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu. Que quiere decir, “para algo ser bueno tiene que ser totalmente bueno, si tiene algún defecto, ya no es bueno. Para algo ser malo, el menor defecto, ya lo hace malo”. Esto tiene mucho que ver con nuestro proyecto de vida espiritual “amar como Jesús nos ha amado”… porque Jesús nos ama incondicionalmente. Insistimos en repetir, Dios lo puede todo, menos dejar de amarnos. ¡Y qué gran consolación!
Dios nos creó, Dios sabe muy bien nuestra historia, sabe quiénes somos, con nuestras virtudes y defectos. ¿Recuerdan la historia de María Magdalena? “Sus muchos pecados le son perdonados, porque ha amado mucho”, (Lc 7, 36). La totalidad de nuestra relación con Dios se resume, no en una larga lista de pecados, pero de cuánto nos hemos atrevido a amar.
Lo que nos trae al tema de la espiritualidad. Hoy en día se habla mucho en la teología de la vida espiritual, sobre una espiritualidad desde abajo, o sea, desde la realidad innegable de la condición humana y desde arriba, originada en el amor infinito de nuestro Dios.
Tradicionalmente y antes del Concilio Vaticano II, la enseñanza sobre la vida cristiana era con un enfoque sobre el llamado a la perfección. La gracia santificante nos viene de lo alto, el Espíritu Santo nos guía, es el que prolonga la acción salvífica de Cristo Jesús. Toda la vida ascética era con un enfoque en la purificación y la superación de la maldad; la condición humana está corrupta…hay que continuamente rescatarla a través de la penitencia, la oración, el ayuno y sacrificio… Esta es la que llamamos una espiritualidad desde arriba.
Desde abajo, la espiritualidad enfoca las consecuencias de la Encarnación del Hijo de Dios. El ser humano, en estado permanente de redención, busca salvación en una constante disciplina de su propia naturaleza, ya fallida.
El trigo y la cizaña: El peligro en la interpretación de la parábola, pudiese ser una actitud o postura de mediocridad; la falta de compromiso con la propia superación personal. Se le puede añadir una actitud más sensata de la realidad innegable que nuestra maldad siempre nos acompaña, pero no determina la santidad personal. “Yo no soy mi pecado”. Aquí es donde es necesario recordar la expresión Paulina, “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, (Ro 5, 20).
¿Cuántos de nosotros no nos hemos frustrado repetidas veces, hasta abandonar los esfuerzos de santidad, porque no hemos logrado vencer nuestro pecado? ¿Ir más allá de la flojera de la carne?
Es recomendable desarrollar una aceptación de uno mismo, con convicción y tesón, del “yo quiero y yo puedo” … Es superación del complejo de pecador, que ya no tiene remedio. Es superar la actitud de derrota o fatalismo. Podríamos añadir con atrevimiento, lo recomendable de ignorar a los “maestros y predicadores nefastos” que solo enfocan lo imposible de la condición humana. Es como queriendo abandonarnos en la misericordia de Dios, que no depende de nuestros méritos sino de su compasión.
Ejemplos bíblicos: Todos los personajes en la Historia de Salvación fueron fallidos, comenzando con Abraham (miente diciendo al rey Abimelec en Gen 20, 2 que Sara es su hermana); Moisés, que mata a un egipcio (Ex 2, 12); David que comete adulterio con Betsabé (2 S, 11); Pedro y Pablo, quienes le fallaron a Jesús en varias ocasiones; y así, como ellos, otros en una larga letanía de pecadores que confiaron en la misericordia infinita del Señor Jesús.
Nunca debería de ser una excusa en la búsqueda de santidad, el justificarse a uno mismo, argumentando sobre lo innegable de nuestra condición humana, imperfecta y en necesidad de purificación y conversión continua. Eso se debe de darse por sentado.
“Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestra tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante; puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios…”, (Hb 12, 1-2).
Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.Para El Visitante