No es fácil la interpretación del episodio de los Reyes tal como lo cuenta San Mateo. Por eso repiten que los tres santos reyes ni fueron tres, ni fueron santos, ni fueron reyes… La interpretación literal se complica ante el esfuerzo por explicar demasiadas preguntas sobre su identidad, la estrella, su viaje… Es más fecunda la interpretación espiritual, o figurada, de tanto uso por los antiguos santos padres. No es rara esta interpretación bíblica sobre todo cuando uno aprende que los evangelios, en particular, no son biografías de Jesús, sino predicaciones para ofrecer su figura de salvador y su mensaje nuevo. En esta perspectiva el evangelista es un predicador que utiliza material predicado y conocido, una pedagogía, para enriquecer mejor su presentación de Jesús. Y todo visto en una familia enriquecida por un niño.
En este sentido el episodio de aquellos seres de oriente que invaden Jerusalén con sus camellos, dromedarios y riquezas, aporta grandes verdades y riquezas espirituales sobre Jesús. Los reyes simbolizan al mundo gentil, no situado en la predilección de Dios por el pueblo judío, pero que ahora es llamado a participar del don. Jesús es don para toda la humanidad, y así ésta aparece ahora arrodillada ante el niño Dios, acogiendo con fe su tan esperada venida. En la adoración de estos extraños orientales es toda la humanidad la que se arrodilla ante el portal, o la casa, donde según Mateo le encontraron. La salvación es universal.
Esta presencia cumple las profecías que presentan al Mesías como hijo de David, heredero de su trono. Los grandes reyes ante Jesús son meras criaturas que le adoran. Aunque en apariencia lo que se ve es un niño en total penuria y pobreza, en él se encuentra el verdadero poder sobre los humanos. En ese sentido los dones que le regalan al niño contienen también un propósito simbólico. El oro es como a rey, el incienso es el perfume reservado para lo divino, la mirra indica el sufrimiento que ese niño va a asumir como verdadera criatura humana para redención de todos.
Los reyes simbolizan también toda la riqueza que aporta ese niño. Porque los grandes valores que el mundo desea, se reconocen pequeños ante el niño Dios. El poder del mando, o la autoridad máxima sobre otros, la aporta el hecho de llamar reyes a estos individuos. Jesús es el poder de los poderes. Ya se dirá en la escena ante Pilato: “No tendrías poder sobre mi si no te hubiera sido dado por lo alto…”.
Otro gran valor humano es la sabiduría. El conocimiento del mundo, el escrutar sus secretos y explicarlos con veracidad, el saber que uno sabe, la conciencia propia, es algo típico del ser humano. Y esas personas aparecen como sabios de Oriente, magos que indagan el misterio de las estrellas por el conocimiento de las astrologías antiguas. La riqueza material, el poder del dinero, lo poseen estos magos que reconocen en Jesús la mayor riqueza a la que rinden postrados la propia.
Otro símbolo, honrado en nuestras familias por utilizar este día para agasajar al niño, es ver a esos seres tan venerables y misteriosos, rendirse humildes ante la debilidad del niño. En ese niño, que en esta etapa es total dependencia, adivinan ya la presencia de la dignidad de la futura persona. El niño merece aprecio, estima, cuidado, reverencia, regalarle de lo mejor que se posee. Jesús luego predicará la maldad especial que comete quien abusa de ese niño. Pero, sobre todo, el episodio predica la gran verdad de que todo es don, todo es gracia. El ser humano se dignifica cuando libremente regala de lo que tiene o puede. La vida misma es un regalo divino. El ser humano se logra cuando sale de sí para darle al otro. El amor, resumen de lo que predicará ese niño, no es la pasión desaforada o animal, sino la generosa y humilde disposición de darse al otro.
En esa postración de los reyes se simboliza la actitud de un ser que crece ante el otro, que va a crecer con lo que yo le regalo. El don divino realiza lo bueno fuera de sí, y realiza a la persona que lo ofrece. El episodio predica mucho, y bueno.
P. Jorge Ambert Rivera, SJ
Para El Visitante