Un nuevo año se levanta desde el interior del corazón de nuestra Diócesis. El caminar pastoral de nuestras comunidades se convierte en esperanza para cada cristiano y un signo de comunión para cada individuo que peregrina en esta Iglesia diocesana. Cada paso nos acerca al misterio de Cristo desde la realidad de nuestras vidas. Dentro del proceso pastoral, este tiempo ordinario desea ser para cada uno de nosotros un momento privilegiado de unidad, esperanza y de ternura por parte de Dios para cada ser humano.
Nuestro lema para este año: Abraza a Jesús, sé discípulo-misionero, nos hace volver nuestra mirada al interior de cada uno. Hemos vivido momentos de mucha intensidad donde nuestra Iglesia se ha hecho presente mediante ayudas, acompañamientos pastorales, oración, presencia de nuestros pastores y agentes pastorales. Cada palabra, ayuda, gesto y tiempo ha sido de gratitud en nuestra gente. Desde esta realidad se contempla el rostro misericordioso de Jesús que deseamos abrazar e integrar a nuestras vidas.
Tiempo fuerte de perseverancia
Desde la humildad y grandeza del “estar” se hace necesario construir nuevos puentes de esperanza para que continuemos el camino que se nos ha encomendado. Brilla la esperanza desde el actuar sencillo de nuestra gente.
La tranquilidad del tiempo ordinario no debe ser motivo para dejar para luego lo que se vuelve prioridad. Un caminar sencillo que se hace vida en la medida que vamos abriendo el corazón para acoger la Palabra de Dios. Como semilla en nuestras almas ha sido colocada y desde ahí lucha para hacer germinar toda una experiencia de amor basada en la misericordia. No es para alejarnos sino para encontrarnos con nosotros mismos en el caminar comunitario de fe, para perseverar en el Amor, asumir nuestra realidad y evangelizarla hasta convertir nuestros corazones en moradas de vida en Dios. Luchar y esforzarnos por la unidad en la fe. Profundizando en los misterios realmente importantes para el ser humano. Y sobre todo abrazados a Jesús que desea construir el Reino de Dios con nuestra ayuda. No podemos acallar tan sutil e inmensa voz de amor dentro de cada uno de nosotros. Dejemos que Dios haga grande nuestra alegría.
Este es un tiempo donde contamos con un solo corazón como Iglesia que se nutre de Jesucristo. El tiempo “normal” en nuestra vida es un tiempo donde nos preparamos para continuar asumiendo las necesidades de nuestras comunidades. Ser portadores de esperanza para que encontrando a Jesús podamos encontrar nuestra verdadera identidad. También el tiempo ordinario tiene mucho que decirnos. En la tranquilidad de nuestros pasos estamos convocados al servicio y a contemplar la mano de Dios con nosotros.
El caminar pastoral es en sí mismo la expresión de la presencia de Dios en su pueblo. A través de estos días que salimos de las primeras fiestas de este año hemos contemplado la alegría, tenacidad, firmeza, compromiso y testimonio cristiano de nuestras comunidades. Es la vida del ser humano la que se ilumina con el misterio de Cristo y a su vez completamos los sufrimientos de Jesús (Cfr. Colosenses 1, 24). El lugar que nos pertenece como cristianos es en el mismo corazón de Dios acompañándonos los unos a los otros. Serán días con una intensidad amorosa si nos decidimos a vivir la perseverancia que caracteriza estos días. Hemos reestructurado nuestras vidas en el contemplar las necesidades más básicas de cada familia. Nos lanzamos con gratitud hacia nuestro futuro asumiendo nuestro presente y aprendiendo de nuestro pasado. El perseverar es una decisión que nos acerca al corazón del hermano, al corazón de Dios y por mucho a nuestro corazón. Es decidir caminar en la gran familia de nuestra Iglesia. Es un grito de paz, esperanza y solidaridad. No es abandonar nuestros lugares sino donar nuestros talentos por un bien mayor. La quietud aparente de este tiempo nos permite por mucho desarrollar relaciones fuertes y profundas que nos hagan reflejar nuestra identidad cristiana diocesana.
Nuestra Diócesis permanece firme en el caminar con nuestro pueblo y a su vez el pueblo da vida al cuerpo de Cristo que se materializa en nuestra Iglesia particular de Caguas. Este tiempo es uno de esperanza, un llamado a donar nuestra alegría, nuestro amor y nuestro compromiso. Abracemos a Jesús sin miedo.
(P. José Ramón Figueroa Sáez)