“El que fracasa en la planificación, planifica para el fracaso”, (E. Jiménez).

Puerto Rico comienza su temporada de huracanes con la experiencia histórica de alrededor de 100 ciclones según los estudiosos, cuatro de ellos en una década (1989-1998), Hugo (89), Marilyn (95), Hortense (96) y Georges (98), todos en septiembre, mes líder en ocurrencias de estos fenómenos que fueron categoría III o más. Hortense y Georges acumularon 24 pulgadas de agua en las montañas siendo el peor causante de daños: las inundaciones. Ante el resultado sin muertes durante Georges, fuimos reconocidos por los Estados Unidos, ya que en su historia jamás, antes y durante, un sistema con la categoría de Georges se ha logrado evitar concluir sin muertes durante la emergencia.

Siendo las inundaciones la causante mayor en pérdidas de vida y propiedad en nuestra civilización moderna y considerando las últimas emergencias por inundaciones en Puerto Rico fuera de la temporada de huracanes, las experiencias de Mameyes en octubre del 85 y las inundaciones en víspera de Reyes de 1992 entre otras, existe la obligación de todos los niveles; doméstico familiar, local municipal y estatal de planificar y prepararnos durante los 365 días del año y no esperar el 1 de junio de todos los años. Hay que vivir con la realidad de la peligrosidad en todo momento, aunque la temporada de huracanes sea de 6 meses (junio a noviembre).

También debemos considerar que no importa cuáles sean los pronósticos de estudiosos y autoridades como el Dr. William Gray, nuestra tradición y cultura de preparación debe mantenerse constante y con la misma intensidad, aunque los pronósticos sean de baja o poca actividad ciclónica. El mejor ejemplo fue el del azote del huracán Andrews, en el sur del estado de la Florida en el año 1992, con daños multimillonarios y en Puerto Rico San Felipe, de nefasta recordación con vientos sostenidos superior a 150 mph. Ambos impactaron en temporadas catalogadas de baja actividad ciclónica.

Desde principios del siglo XX hasta los años 1950 al 1960, los puertorriqueños mantuvieron la tradición y responsabilidad necesaria sobre la amenaza de los huracanes, educando y ejecutando todo lo relacionado con la preparación sobre disturbios tropicales o ciclones.  Lamentablemente, los años que antecedieron al huracán Hugo (1989) sin grandes amenazas o impactos de pérdidas cuantiosas por huracanes o inundaciones como los de San Felipe (1928), San Ciriaco (1932), Santa Clara (1956) y los 117 muertos del huracán Donna, cuyo ojo pasó a 100 millas del noroeste de Fajardo, causando inundaciones y pérdidas económicas cuantiosas que llevaron a nuestra gente a mermar la atención a los asuntos sobre estos fenómenos meteorológicos. Las nuevas generaciones comenzaron a subestimar el efecto de estos fenómenos atmosféricos olvidando que el costo de la no-preparación es extremadamente alto en término de las consecuencias y sufrimientos. Esto se evidenció cuando Hugo en 1989.

Tan solo se necesita un huracán intenso, aunque sea una temporada de bajas predicciones, que azote nuestra Isla cruzando de este a oeste sin la adecuada preparación para experimentar un lamentable e inolvidable desastre mayor y hasta catastrófico en la totalidad o la mayoría de los 78 municipios de Puerto Rico.

El mensaje es claro, tenemos que prepararnos en todo momento a todos los niveles; la familia con sus planes domésticos individuales y de comunidad, el municipio y su alcalde con los planes actualizados y aprobados con simulacros y orientaciones a las comunidades y el estado con la coordinación efectiva entre las necesidades de los municipios y la asistencia de todos los recursos de las agencias estatales, agencias federales y el sector privado. No olvidemos que la primera y determinante respuesta es local; hogar, comunidad y municipio.

En síntesis, la clave es: “Planificación”. 

(Epifanio Jiménez | Exdirector Agencia Estatal para el Manejo de Emergencias)

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