La historia de la humanidad está plagada de contradicciones, de aciertos y desaciertos. A través de los siglos, el ser humano ha ido descubriendo y ha ido descubriéndose. Ha ido domesticando a la naturaleza, pero también la ha ido destruyendo. Ha hecho progresos materiales, pero no siempre progresos que le hagan más feliz o más humano. Fue apenas en el siglo pasado que se reconoció la cualidad de ciudadana a la mujer y se le otorgó derecho a elegir al gobierno. Fue en el siglo pasado que se determinó que la segregación racial violaba un principio largamente pregonado por los Estados Unidos en su Constitución: “Todos los hombres han sido creados iguales.” En el siglo XXI, a pesar de que se considera ilegal la esclavitud, vemos tantos casos de nuevas esclavitudes. Al hablar sobre las nuevas esclavitudes que el mundo moderno practica, el Papa Francisco nos señala, entre otras: talleres de trabajo infantil clandestino, la trata de personas, el uso y abuso del cuerpo, la venta de niños y la explotación de órganos humanos. El Papa resume estas actividades diciendo que “se cuida mejor a un perro que a un ser humano”.
El principio de dignidad de la persona humana, que propone la Doctrina Social, reclama que la dignidad de todos los hombres y mujeres radica en que han sido creados por Dios, a su imagen y semejanza, y redimidos por Cristo. Si Dios nos ha creado a su imagen, en respeto al creador, tenemos que reconocer la fraternidad que existe entre todos los seres humanos, no importa el sexo, la raza, el origen, la condición social, la capacidad intelectual o física. No cabe en nuestra relación de hermanos criterios económicos que nos lleven a convertir a otras personas en objetos que podamos utilizar para nuestro particular beneficio. Por eso es necesario asegurar efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades entre los diferentes grupos de personas (Compendio de Doctrina Social, 145). Garantizar igualdad de oportunidades es una empresa comunitaria de toda la humanidad, de todos los pueblos. Reconociendo esto, las Naciones Unidas en 1945, lograron promulgar la Carta de Derechos Humanos, esto, fue un avance en reconocer la igual dignidad de las personas, pero se quedó corto el esfuerzo.
En diversas ocasionesei que essó r están creciendo” (LS 160). El Papa nos llama a tomar acción, haciéndonos responsables de nuestros actos, actuando como hermanos, no solo de las generaciones presentes, sino también de las futuras.
En Laudato Si, el Papa contrasta el reconocimiento de la dignidad de la persona humana con la calidad de vida en las ciudades: falta de un sistema de transporte adecuado, alto nivel de contaminación, tráfico vehicular excesivo. La calidad de vida en las zonas rurales también se ve amenazada por la carencia de agua, opciones de trabajo reducidas, condiciones de trabajo inhumanas. (LS 153-154) A estos factores que atentan contra la dignidad humana pueden añadirse: la manipulación de las personas por parte de organizaciones criminales, la incapacidad de reconocer el derecho a la vida de los niños por nacer.
No podemos seguir escondiendo la realidad de un mundo injusto, en el cual, como cristianos estamos llamados a hacer la diferencia con nuestra participación social y política, promoviendo leyes que rompan con las injusticias que niegan la igual dignidad. Estamos llamados a crear proyectos sociales que fomenten la promoción integral de las personas, romper el individualismo y lograr un cambio en la sociedad. En vez de llamarnos hermanos, debemos empezar a serlo.
(Puede enviar sus comentarios al correo electrónico: casa.doctrinasocial@gmail.com)
Nélida Hernández
Para El Visitante