(Quinto sobre una serie sobre los siete pecados capitales)


 

“Somos más famosos que Jesucristo”, dijo John Lennon el 4 de marzo de 1966 al periodista Maureen Cleave durante una serie de artículos sobre cómo vivía un Beatle. El integrante del grupo de Rock, que posteriormente se disculpó, esbozó así una de las frases más polémicas y antipáticas que mejor describen la esencia de la soberbia. Tal vez la soberbia demostrada por el dueño del transatlántico el Titanic al decir que “ni Dios podrá hundir este barco” pudo sobre confiar a sus 885 tripulantes…

“Consiste en una estima de sí mismo o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios”, (Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1866).

Padre José “Chelo” López, párroco de Nuestra Señora del Carmen en Coto Laurel de Ponce, sostuvo que es un apetito desordenado de grandeza pretendida y grandeza pervertida con el fin de abandonar el principio que somos criaturas de Dios y dependemos de Él. “La soberbia es el principal obstáculo para la gracia de Dios. Dios resiste al soberbio, que intenta inútilmente sacar a Dios de su lugar y acomodarse él”, articuló.

También se puede aplicar la soberbia al entorno colectivo en una sociedad que avanza en ese querer vivir sin Dios cuando se “margina a Dios, se intenta encerrarlo en la Iglesia, que no se meta en la política o en la legislación porque Dios es el legislador supremo”. Puerto Rico no puede salir de su crisis fiscal o resolver sus problemas de corrupción, salud, educación y seguridad sin Dios.

Como pecado capital, las secuelas de los embriagados de poder son: la injusticia, el atropello, la vanidad, el orgullo, la imposición, la humillación, las apariencias y muchos más. Explicó algunos disfraces soberbios: la aparente sabiduría que es soberbia intelectual con una apariencia de rigor y orgullo altivo; la aparente coherencia que busca cambiar principios y no cambiar su conducta inmoral, es necedad; la vanidad y culto a la belleza que es idolatría; la resistencia a envejecer; y el fanatismo (político, religioso o de cualquier tipo) que es la irracionalidad que lleva al sectarismo.

Bienaventurados los humildes

La virtud que se contrapone ante la soberbia es la humildad, llamado constante en las Sagradas Escrituras con “ser humildes unos con otros”, (1 Pe, 5). El ejemplo máximo de toda virtud es Jesucristo. Padre Chelo explicó que contemplamos al Hijo de Dios que muestra el camino de la humildad suprema, Él es la verdad. Se es humilde cuando se vive la verdad de la realidad, cuando se reconoce ser hijo de Dios y se vive sin apariencias. La alegría de la verdad, de servir a los demás, reconocer las bendiciones, los talentos y las capacidades que Dios ha dado, argumentó el sacerdote.

“El humilde sabe estar en todas partes y con todos, si lo reconocen bien y si no también, el humilde tiene paz, cae bien, vivir con un humilde es vivir con un santo”, dijo. Consecuencia de la humildad es contemplar la belleza de la creación, la paz, la alegría, el servicio al prójimo, la entrega, la generosidad y la oración.

Santa Teresa de Jesús catequiza que: “Más que una virtud la humildad es la esencia, la verdad de todas ellas”. Un pasaje bíblico que arroja luz sobre la soberbia y la humildad es la parábola del publicano y el fariseo. El primero se reconoce pecador y ora no por sus méritos sino por méritos divinos; el otro no. Padre Chelo argumentó que el humilde sabe colocarse delante de Dios y reconocer  su grandeza, sabe perdonar, sabe comprender, sabe cómo enfrentar con alegría y paz cada situación, “el humilde es luz”. La Virgen María es ejemplo de humildad. La mejor escuela de humildad es la Eucaristía. Desde la sencillez de la especie eucarística, Cristo será fuente de toda virtud y especialmente de la humildad.

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