(Sexto de una serie sobre los pecados capitales).


Finalizado el partido final entre Estados Unidos y Puerto Rico del Clásico Mundial de Béisbol, en medio de la celebración de la victoria un periodista le preguntó al pelotero, Adam Jones por su inspiración para vencer al equipo boricua. Este le contestó: “¿Te puedo decir la verdad? Antes del juego notamos que había camisetas de campeones hechas y un vuelo (fletado a la Isla) que no nos cayó bien”. Y una parada que no nos cayó bien. Hicimos lo que vinimos a hacer”.

La bola es redonda y el equipo estadounidense es el campeón por su gran talento y magistral desempeño en ofensiva y defensiva. Pero las palabras prepotentes de Jones son el ejemplo más evidente y reciente de la envidia por anhelar arrancar la alegría célebre del otro equipo por sus logros y también por jactarse de propiciar la paliza deportiva a sus compañeros peloteros bajo otro uniforme.

La envidia, según el Catecismo de la Iglesia Católica núm. 2539, manifiesta la “tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida”. Además, queda claro que se infringe el décimo mandamiento: No codiciarás nada que sea de tu prójimo.

Padre Edgardo Acosta Ocasio lo describe de manera sencilla: “Es sentir ira por el progreso del otro, por sus éxitos o bienes adquiridos; o una alegría porque caiga en desgracia. Es algo no racional, malísimo y puede ser a través de medios ilícitos o violentos”. La envidia no discrimina por escolaridad, credo político, poder adquisitivo o edad. Sus hijos más evidentes son la corrupción, el narcotráfico y el robo.

Arremetió contra la corrupción en nuestra realidad social, es un “hecho generalizado no solo en el mundo político, aunque ciertamente lo es”. Se cuestionó la doble vara en tiempos de crisis al reflexionar sobre cómo algunos prácticamente “se hacen del servicio público para agenciarse que otros del mismo color se beneficien porque son camarillas del partido, es un escándalo”. Esa misma envidia pasa a la empresa privada. Explicó que en los trabajos, ponen zancadillas a otros para obtener su silla. “Es el quítate tu pa’ ponerme yo. Situaciones airadas y conflictivas para sacar al otro”, sostuvo P. Edgardo.

Un mandamiento nuevo: la caridad

La caridad es la virtud que doblega la envidia. Con esta virtud teologal, que caracteriza el obrar moral del ser humano, “amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”, (Catecismo, 1822). La caridad es fruto del Espíritu, de la relación del hombre con Dios y acción servicial, el amor que se materializa en buenas obras con el próximo que es la hermana, el vecino, el anciano, el adversario, la recepcionista, los conductores en los autos o la dama en la fila del banco.

“Caridad es el ejercicio de un amor que implica donación sin reserva, entrega generosa e incondicional, sin que medie interés alguno sino que es búsqueda del bien del otro”, articuló P. Edgardo. Ese servicio desinteresado y empatía independientemente de que el otro sea o no del club, del equipo, del combo, del partido o del grupo. “Es ver el bien de la persona humana”, concluyó. Al mismo tiempo invitó a enfocarse en la vivencia de la fe ejercitando la caridad fraterna en el bien del otro, en la denuncia de la injusticia y del pecado que atenten contra la dignidad humana.

Ya lo dijo San Pablo en su primera epístola al pueblo de Corinto: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”, (13, 13). Al final, como dicen las Sagradas Escrituras, por sus frutos los conocerán…

 

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