Fue Valeria Sabater quien afirmaba que en la vida, a diferencia de lo que ocurre con los cuentos infantiles, las dificultades con las que las personas se encuentran, no siempre concluyen con un final feliz. En escasas ocasiones los conflictos se resuelven con armonía, y muy raras veces tienen desenlaces tranquilos. El problema es que muchas personas condicionan su felicidad a que sus problemas tengan un final feliz. Es por ello que es la misma Sabater quien afirma: “No busques cuentos con un final feliz, aprende a ser feliz sin tanto cuento”.
Este axioma muestra el error que cometen algunas personas al condicionar su felicidad a la consecución exitosa de las metas que se han propuesto. Se niegan a pensar que muchas de sus aspiraciones de un “final feliz” no son más que ilusorias fantasías e inexistentes quimeras. A esto se le suma el hecho de que muchos le buscan un problema a cada solución, una contradicción para cada evidencia, y una tormenta a cada instante de calma. De esta manera, desarrollan el “arte” de hacer difícil lo que es sencillo. En este sentido, George Sand afirmaba que nunca debemos olvidar que lo verdadero siempre es sencillo, pero en ocasiones los seres humanos solemos llegar a esa veracidad por el camino más complicado.
Con más frecuencia de la esperada en el momento en que le preguntas a una persona si está bien y si es feliz, la inmensa mayoría dice que no. Y para demostrarlo argumentan que todo en su vida es negativo, que le faltan muchas cosas… y todo va muy mal. De este modo convierten la queja en el “deporte nacional”. Se lamentan porque en su entorno todo está mal: el clima, el tránsito, el trabajo, el país, la comida, el espacio personal, la familia a la que pertenece, el cónyuge, etc. De esta manera, pretenden hacer que el mundo a su alrededor gire en otra dirección para poder ser felices. Lo peor es que si accidentalmente se encuentran con alguien que asegura estar bien, lo miran con cierta ironía, como dejándole saber que: “Si todo con ellos está bien, eso es signo de que algo anda mal”.
Todos estos comportamientos llevan a las personas a caer en una especie de estancamiento vital, pérdida de energía, y a un cansancio paralizante. Gracias a ello perpetúan en su interior una inevitable especie de amargura. La pregunta obligada es: ¿qué hacer para salir de esta situación? Primeramente, hay que estar consciente que si una persona necesita que todo en su entorno esté perfectamente ordenado para ella estar bien, nunca estará bien. En segundo lugar, hay que reconocer que es necesario tener una actitud distinta ante la vida; porque cuando se cambia de actitud, todo cambia. La actitud tiene que ver con la forma en que decido afrontar una determinada situación, y la plataforma desde donde se miran los desafíos. En tercer lugar, es necesario aprender a resignificar los eventos que hemos vivido con actitudes refrescantes, estilos positivos y comportamientos entusiastas. Y para que esto suceda es necesario estar comprometidos con ello.
Cuando se decide tomar las riendas de la propia existencia es necesario echar a un lado la actitud de víctima, y ser protagonista de la propia vida. Es ahí cuando se comienza a vibrar con una energía diferente. El salmista lo expresaría diciendo que hay que aprender a “cantar al Señor un cántico nuevo” (Salmo 97). Porque la vida no se trata de esperar a que acabe la tormenta, sino en aprender a bailar bajo la lluvia.
Una actitud negativa solo produce negatividad; y si una persona tiene una actitud pesimista, se convierte en una persona pesimista. Por eso lo importante no es lo que se hace, sino con la actitud que se hace. Cuando dejas de perseguir las cosas erradas, le das espacio a que las correctas puedan ser alcanzadas.
Nadie puede ser feliz si está “secuestrado” por el anhelo de que todo vaya bien, inmovilizado por unas emociones negativas, y encadenado por los “cuentos” que le quitan la paz. La vida es como un libro cuyas páginas no están escritas, pero que cada uno va escribiendo en la medida en que la va viviendo. A todos nos toca pasar momentos difíciles; pero siempre debemos recordar que la vida es una gracia, es el milagro que Dios ha sacado de la nada. Cada día se nos ofrece la oportunidad para aprender de las situaciones dolorosas. Además reconocer que algunas veces hay que perder, aún las cosas buenas, para darle paso a las cosas grandiosas.
Es importante darnos permiso para hacer otro relato de nuestra existencia. Es decir, dar la vuelta a la página, y además cerrar el libro. Solo así se podrá proyectar con ilusión y fuerza el futuro. El hecho que no ocurra lo que estás esperando, no significa que no puedas vivir con alegría. De todas las situaciones de la vida podemos aprender, especialmente aquellas que nos ha costado superar. Al fin y al cabo, “los mejores cuentos” no tienen por qué tener finales felices para ser grandes historias.
Por eso, sorpréndete y disfruta las sorpresas de Dios; y no busques cuentos con un final feliz, aprende a ser feliz sin tanto cuento. ■
P. Ángel M. Sánchez, PhD
Para El Visitante