(Homilía en Fiesta del Santo Cura de Ars)

“…no les diremos nada que no sea sabido, nada nuevo para nadie, sino que importa mucho que todos lo recuerden”, (San Pío X).

Hoy que celebramos a Juan María Vianney, Santo Cura de Ars, quiero dedicar este sermón a “Fray Mario Rodríguez”, sobre quien, parafraseando al poeta Juan Antonio Corretjer, podemos decir que es hombre y cura de una sola pieza, que lo hicieron de ausubo. Gracias amigo Mario por enseñarnos cómo se hace en vida y en verdad eso de ser un buen sacerdote, cómo se puede encarnar con esfuerzo y sencillez el amor de Cristo para beneficio de la feligresía y de nuestro querido pueblo puertorriqueño.

A nosotros, los ordenados, nos toca cumplir un papel muy especial en la vida del pueblo. Nos toca mostrar con nuestro comportamiento, con la entrega de nuestra vida, cómo es el Cristo que encarnó y trajo la redención al mundo. Cuando los feligreses ven al sacerdote pasar, cuando van a la celebración eucarística, cuando van a confesar sus pecados o a recibir y participar de los sacramentos, tienen derecho sagrado a esperar de nosotros que seamos una imagen viva de Cristo.

Esto es así porque, como decía Pío XII, el carácter sacramental del orden sacerdotal “sella por parte de Dios un pacto eterno de su amor” al escoger uno de entre el pueblo para que quede como “un privilegiado de los carismas divinos, un depositario del poder divino, en una palabra, un ALTER CRHISTUS”. Por, eso, continuaba el Santo Padre, el cura “no se pertenece a sí mismo, como no pertenece a sus parientes, amigos, ni siquiera a una determinada patria”. El sacerdote ha hecho entrega de todo para pertenecer al amor universal, para que sus pensamientos, voluntad y sentimientos tengan un solo propietario, Cristo.

Ese compromiso sacerdotal nos lleva a privarnos de muchas cosas que el resto del pueblo tiene por normales y cotidianas. Pero, muy importante, tenemos que hacer eso sin aislarnos del pueblo, porque fuimos escogidos de entre el pueblo por el llamado de Dios mismo. Así, como nos enseñaba el Papa Juan XXIII, el cura debe ser “severo consigo y dulce con los demás”.

Nuestro muy querido Papa Francisco, nos trae esas enseñanzas de manera poética pero clara, absolutamente clara, cuando advierte “no quiero curas que huelan a perfume, quiero curas que huelan a oveja”. Nos toca pues, mientras vivimos los rigores del compromiso ministerial que hemos hecho para el resto de nuestras vidas terrenales, acompañar sudados al pueblo, ser consuelo para el que sufre y esperanza para el que añora. Tenemos que poner nuestros esfuerzos en ayudar a las comunidades a que encuentren el camino de la autogestión integral que es: económica, social y espiritual, siendo privadamente nosotros el más pobre de los pobres. Nos toca a nosotros ayudar al pueblo a celebrar la vida, a la vez que estamos prestos a salir de la fiesta para ir al encuentro del enfermo y el desamparado. Pero, sobre todo, al estilo del Cura de Ars nos toca ir al socorro de almas en ruina por el pecado no para pronunciar condenas, sino para enseñarles dulcemente el camino de la redención.

El Santo Cura de Ars veía esto de una manera que parecería fácil de lograr. Él decía “mi secreto es sencillísimo, dar todo y no conservar nada”. ■

Padre Pedro Rafael Ortiz S.
Parroquia Santo Cristo de la Salud, Comerío
Para El Visitante

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