Del primer libro de los Reyes, la primera lectura es la historia vocacional del profeta Eliseo.

En su Carta a los Gálatas, San Pablo nos dice, de manera implícita, que el amor verdadero es la más grande forma de libertad, forma que nos alcanzó Jesús.

San Lucas nos presenta, mejor que ningún otro evangelista, el camino de Jesucristo hacia su Pasión en Jerusalén, y su exigente invitación a seguirlo.

En las pasadas semanas nos llenamos de inmensa alegría, al ver cuatro jóvenes ser ordenados para el sacerdocio: uno para la Diócesis de Mayagüez, dos para la Diócesis de Ponce y uno para los pp. de las Escuelas Pías (escolapios). Ante nuestros ojos vimos cuatro jóvenes dando un paso de hombre hacia el sacerdocio, hacia el seguimiento total de Jesucristo. Y de esto se trata las lecturas de hoy, no meramente el de seguir a Jesucristo, sino de las exigencias que este seguimiento conlleva.

En la primera lectura vemos la vocación de Eliseo. Por el contexto de la lectura vemos que Eliseo, si no era rico, por lo menos era de una posición holgada. Habiendo Elías cumplido su misión, Dios lo insta a que escoja a Eliseo como su sucesor. En el momento en que es llamado, Eliseo tenía fincas y ganado pero, renuncia a todas sus riquezas, lo ofrece todo a Dios y lo deja todo para seguir a Elías.

Esa misma exigencia la vemos en el Evangelio de hoy. Cristo camina resueltamente hacia Jerusalén, sin ninguna distracción, sabiendo que lo que le viene encima no es fácil. Analizando las tres peticiones que le llevan a Jesucristo, tal parece que el Señor contesta inconsideradamente a las tres: le sale “de atrás pa’lante” al que le dice que lo sigue, le exige diligencia al que se quiere despedir de sus familiares, y no parece importarle el dolor del que se le murió el padre.  ¿Cuál es el problema de fondo? Jesucristo se dirige a su muerte, algo que no es nada de fácil, Jesucristo está a punto de dar lo más valioso de sí mismo a nosotros, que es su vida. Por tanto, no permite que lo tomemos a la ligera, no acepta excusas para seguirlo. Eso es precisamente lo que le presentamos al Señor: muchas excusas. Excusas para no ir a misa, para no ayudar al prójimo, para no dar ejemplo a los familiares… Excusas, excusas, excusas… Le damos al Señor lo que nos sobra, cuando Dios espera lo mejor de nosotros.  

Una cosa que Jesucristo espera es que nuestras miras estén fijas en alto, y que nuestro amor no sea generoso. Solo el que ama generosamente puede ser libre y uno que sea totalmente libre, puede alcanzar a Dios. Así que las lecturas de hoy representan un reto para auto-evaluarnos, ver qué tan en serio es nuestro amor para con Dios (que incluye amor al prójimo) y qué hacemos nosotros por seguir a Jesucristo.

Padre Rafael “Felo” Méndez Hernández, Ph.D.

Para El Visitante 

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