“Me tengo que divorciar; somos sexualmente incompatibles”, me escribía una casada. Me intrigó qué podría significar con sus palabras. ¿Dónde estará la posible verdad de su decisión, dónde el engaño, la ignorancia, las falsas expectativas? Lo curioso es que quien escribía ya había parido hijos con su esposo.
Es cierto que hay disfunciones sexuales, materia a ser revisada por los expertos en el área. Son reales, pero providencialmente la ciencia ha avanzado mucho en medicamentos, cirugías, etc. En esto que hablen los ginecólogos e urólogos. Es claro que una disfunción profunda e incurable, que imposibilite el ejercicio necesario de la sexualidad matrimonial, es incluso causal para anular el compromiso contraído en la boda sacramental. Me ahorro enumerarlos, pues de eso tratan los manuales y los expertos. Mucho avance serio y científico se ha logrado en esto de la experiencia sexual humana.
Me refiero, más bien, a las falsas expectativas, a esos que imaginan que los encuentros sexuales serán iguales o mejores que los primeros gozados al comenzar la vida casada. Había ntonces mucho de apasionamiento, de apertura a sensaciones nuevas, sobre todo para los que entran vírgenes al matrimonio. Curiosamente los rayos y centellas de las tormentas no se dan todos los días, ni una vez a la semana. Suceden en ciertas épocas y con acondicionamientos ambientales. Lo que siempre acontece es el cansancio de “lo mismo, lo mismo…” El flamboyán no regala las flores todos los meses; hay que esperar a julio o agosto.
A los novios yo les digo “no te casas para tener sexo legal, sino para amar”. Y aquí es donde viene la diferencia. O dicho de otra manera, la pareja no realiza relaciones sexuales; eso es de animales, que se buscan por instinto y cuando se da la posibilidad de multiplicar la especie. No tenemos ‘relaciones’, tenemos ‘entregas sexuales’. Y es gran diferencia. Da pena encontrar parejas que llevan muchos años casados y todavía no han llegado al conocimiento profundo de lo que es y siente la otra persona. Le conocen todas las pulgadas de su piel, pero no conocen su corazón. Y el sexo verdadero llega desde el corazón, no desde los órganos sexuales. Y el más importante órgano sexual es el cerebro.
Eso de entrega sexual supone buena comunicación en la pareja. El gesto de unión no es solo de cuerpos, sino de corazones. Es una entrega que supone la totalidad de regalo de una persona a otra. Es un gesto que conlleva no solo los resortes externos que producirán el gozo sensorial. Supone entrega de palabras, caricias, deseo de regalar y conceder, y no tanto de agarrar o poseer. Porque el compromiso del matrimonio no es autorización para usar y gozar del otro, u otra, sino para regalar mi persona a esa persona excepcional, única. Por eso la entrega sexual se realiza uno con una, y nadie más cabe en esa entrega. Nadie más puede entrar en este santuario. Es como la del sumo sacerdote judío, que entraba una sola vez al año para purificar a todo su pueblo. Algo totalmente exclusivo. Pensar en orgias, en sesiones de conjuntos, es sin duda gran animalada.
No sé si el mensaje recibido lo que indicaba en el fondo es que esa pareja se había estancado en “relaciones sexuales” (ya tenían hijos!) y no habían alcanzado la totalidad del regalo que Dios les concedía.
Claro, no eximo que la pareja mejore los elementos externos que realzan la entrega. Para eso hay libros y asesores, que es bueno buscar. Es tener el “Kama Sutra cristiano”, que es título de un libro. Pero lo mejor es amar, pues el que de veras ama encontrará caminos para convertir en totalmente deseable ese encuentro matrimonial.
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante