Domingo XXI del Tiempo durante el Año, Ciclo C
Contexto
Aunque muchos pueden decir que la economía rige los destinos de las naciones y que las luchas por la brecha entre ricos y pobres, y las injusticias son las que han guiado las fuerzas de la humanidad a lo largo de la historia, en lo cual no dejan de tener algo de razón, habría que pensar que hay otros criterios o aspectos importantes para conducir la historia.
Sin duda, puede ser preocupante e influyente en la dinámica social el alza o la caída de los indicadores económicos, el logro o fracaso de las inversiones en las bolsas de valores; la recesión, la depresión, la inflación, etc.
Pero… ¿no creen que también nos debería preocupar la cantidad de personas que conozcan el mensaje de Jesús y los que de hecho se salven? ¿A cuántos les preocupa ese valor, su alza o su baja? En un mundo regido por la economía tal vez eso no preocupe tanto, pero para quienes tienen fe esa pregunta que oímos en el Evangelio de hoy (Lc 13, 22-30) tiene una importancia crucial.
En nuestra sociedad hay muchas ofertas de salvación, pero solo la oferta de Jesús no falla; por eso no debemos permitir que se enfríe nuestro ardor misionero. Con razón nos decía Jesús el domingo pasado: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”.
Es necesario llevar el mensaje de salvación hasta los confines de la Tierra (Is 66, 18-21; Sal 116) y si no nos inquieta esa pregunta, no nos vendría mal una buena exhortación y corrección de parte del Señor (Heb 12, 5-7. 11-13).
Reflexionemos
El profeta Isaías dice, de parte de Dios, cómo se expanden los límites de la salvación al mundo entero.
Y esa difusión llega a extremos tales que incluso Dios escogerá sacerdotes y levitas de entre los paganos. Eso a nosotros tal vez no nos llama la atención porque ya estamos acostumbrados a una Iglesia católica, universal, multicultural, etc. pero para Israel era impensable, sobre todo, que sus ministros no fueran de la tribu de Leví. Sin duda, el anuncio divino, por boca de Isaías, es revolucionario y lo vemos reflejado incluso en el salmo responsorial.
Jesús se hace eco de la profecía de Isaías en el pasaje evangélico de hoy, pero más aún hace una advertencia. Si nos asombra la entrada de los paganos al Reino de Dios, también nos debe asombrar y preocupar que los que fueron inicialmente llamados puedan quedar excluidos por su alejamiento de Dios, terminando por ser últimos los que eran primeros en la llamada.
La salvación no es automática, ni hereditaria, ni depende de una cultura particular, y mucho menos de un sistema económico, por ello para evangelizar o misionar debemos comenzar por ser nosotros los primeros evangelizados, o sea, transformados por el Evangelio para luego transformar la cultura, la economía, etc.
En esta última parte del año para la misión, no viene mal aceptar lo que nos dice la carta los Heb; pues si nuestro celo misionero o cualquier otro aspecto de nuestra vida cristiana se han entibiado o desvirtuado, debemos corregirnos porque la salvación universal comienza por nuestro cambio personal. Para salvarse no es suficiente pertenecer físicamente o nominalmente al pueblo de Dios, hace falta una actitud distinta.
A modo de conclusión
Volvamos a la economía. No encontraremos indicadores religiosos o de salvación en los periódicos, pero creo que sin duda la economía que rige muchos acontecimientos de la historia de la humanidad, podría ser transformada si las riquezas se usaran mejor, con criterios más humanos y cristianos: para evangelizar, educar, sanar, etc.
Si fuera así, al final la pregunta sobre cuántos se salvarán podría tener una mejor respuesta. ■
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante