Estábamos en un velorio de una amiga muy querida. Este amigo me dice: “quisiera tener fe, pues no la tengo.” Le dije: “La fe es un don, Dios no los da, tienes que pedirlo.” Creo que por ahí empezó su camino de conversión. 

Durante el bautismo nuestra alma se convierte en templo del Espíritu Santo y se siembran en ese jardín, las semillas de fe, esperanza y caridad. Pero como cualquier jardín, hay que cuidarlo, regarlo con el agua de escuchar y leer la Palabra. Hay que abonar esa tierra recibiendo los Sacramentos frecuentemente. Finalmente, tenemos que limpiar la mala hierba cercanas a nuestras plantas, es decir, cuidarnos de las tentaciones de pecar.

¡Cuántos corazones tibios conocemos! Fueron bautizados un día y van a la Iglesia una vez al año. Cuántos llevan a sus hijos a la Iglesia un día y luego no permiten que ese amor de Dios florezca, pues no los llevan nunca más. Recordemos que tenemos que “Amar a Dios sobre todas las cosas.” Tengamos en cuenta que hay que honrar a Dios en su día. Cuidémonos de los pecados de omisión. Ser “católico no practicante”, como se apodan algunos, es peligroso, pues conocemos el profundo disgusto de Dios por un alma así: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.” (Ap 3,15-16) 

¡Despierta! Está en juego nuestra salvación. Está en juego nuestra vida eterna. 

Nos ejercitamos para un maratón y calentamos nuestros músculos. Estudiamos para un examen y practicamos con preguntas. También tenemos que ejercitarnos en la vida espiritual. Tenemos que practicar escuchando, leyendo o viendo películas de otros santos que tropezaron y se levantaron. Hay que calentar las fibras de nuestro corazón.

Para ayudar las almas tibias, el Sagrado Corazón de Jesús nos promete que: “Las almas tibias se harán fervorosas.” Acercándonos al Sagrado Corazón de Jesús, aprenderemos a amar más a Dios y por su parte, Dios acrecentará nuestro amor por las cosas de Dios, ya que nos promete que si el alma ha perdido su interés en las cosas del Cielo, de Dios, Él nos donará fervor. 

Los que vamos a la Iglesia, no somos santos, pero buscamos mejorarnos. Cristo vino a sanar los pecadores, los marginados. Así que anímate, ven a buscar el amor de Dios que el Sagrado Corazón de Jesús nos promete, para que tu alma se encienda con el fuego del verdadero amor.

 

Natalio Izquierdo, MD

Para El Visitante

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