La reducción de la existencia a comer y a dormir hace estragos sobre la actitud fundamental de vivir y rehacer el mundo. Ese cansancio limita el paso y el miedo se adueña de las realidades que inspiran a seguir adelante. Cada persona estira su presupuesto íntimo en obras de caridad, en deleite mental, en pensamiento positivo. Participar del mundo en su dolor y su éxtasis es tarea primordial, un paso al frente que descubre la aventura terrenal como propósito y buen juicio.

Echarse en una hamaca y cantar a las sutilezas de descanso adorna el instinto si tiene connotación de plenitud alcanzada. Todo descanso es afluente de vitalidad, de hacer más, de dar el máximo. No hay que dar cabida a más de lo mismo, ni esmerarse por la pasividad obsesiva. Es mucho lo que hay que hacer en medio de un mundo en dolor de parto, en justicia abandonada a su suerte.

Hacer causa común con los que sufren a la vera del camino es una forma de ensanchar el corazón y señalar el paso hacia una emancipación humana. Cada día equivale a abrir brecha, a no permitir que el mal avasalle los valores e ideales. Los marginados de la sociedad no son meros quejosos, sino compañeros de viaje, una multitud en desafío que requiere atención antes de que se desborde en exigencias y manifestaciones.

Mantenerse ausente de la realidad propicia el análisis precario y fácil. Mirar para otro lado se ha convertido en estilo, en indiferencia. Se tiende a dar la razón al de arriba, al que tiene el sartén cogido por el mango. Así decae la sociedad, surgen los brotes de apatía y destrucción. Y todo proviene de la mirada superficial, del antagonismo social.

Seguir las rutas de la vida en su alegría y tristeza representa la vitalidad, no dormirse en las pajas en estos días de pesimismo con mayúscula. La actitud de mira y dejar pasar crea indiferencia escasez de sentido ético y social. En poco tiempo se aniquila el estilo fraternal si cae en el juicio negativo, en la escasez de servicios y buena voluntad.

Vivir de frente a las realidades trae consigo una auténtica solvencia moral que hace milagros y enardece el propósito de sanar desde adentro. La fe cristiana expande el marco de referencia de todo lo que existe, principalmente al ser humano que exhibe el rostro de Cristo, que clama por una acción de categoría. Al huir de los demás se cae en la acepción de personas, en el yo no te conozco.

 

El uso excesivo de las redes sociales se torna pared que divide y aleja al solo y abandonado. Cada día la soledad se torna en infranqueable, en una trampa que debilita y aterra. Hay mucho trabajo que hacer por los demás; dar la mano al hambriento y ayudar al desvalido. No es un “hobby” ocasional, sino un mandato evangélico, una guía de superación.

Se sale del argumento a través de un aceleramiento virtuoso, de una convicción más allá de las pautas económicas y materiales. No hay que marchitar el alma con palabrerías o intentos frágiles de servir, sino abrir el corazón para acoger y bendecir. Hacer de la vida un enredo de pasatiempos y caprichos es marchitar el alma que no se deja acorralar por pequeñeces, ni cosas de escaso valor humano.

P. Efraín Zabala

Editor

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