Como punto de partida en esta semana utilizaré la interrogante que en el oficio propio de esta celebración se hace uno de los himnos de la liturgia de las horas: ¿Por qué se ha de lavar el autor de la limpieza? Pregunta que ha suscitado y continúa suscitando grandísimas reflexiones.
La Liturgia de la Palabra, en su conjunto, nos acerca a la teología bautismal por supuesto que con Cristo como punto central. El profeta (Is 42, 1-4. 6-7) con un tono muy dulce presenta la tranquilidad con la que se impondrá la justicia y el derecho en las naciones. No será la consecuencia de una batalla -por eso a quien lo logre no se le llama Caudillo- sino la consecuencia de la fidelidad con la que ha respondido -por eso se le llama Servidor-. Así es que el autor de la limpieza se hace lavar porque es fiel.
Pedro, en la segunda lectura (Hch 10, 34-38), con una visión de universalidad plantea que quien practica la rectitud alcanza el beneplácito de Dios. Es Cristo quien, por el poder de su unción, pasó obrando la justicia: haciendo el bien, levantando al caído y curando a los golpeados. Así el autor de la limpieza se hace lavar porque se complace en darse.
Los pocos versos de la página evangélica (Mt 3, 13-17) narran el acontecimiento del bautismo del Señor como un cumplimiento a todo lo que es justicia. Su divinidad no impide que haga un gesto en su humanidad cuyo ejemplo beneficie a todos. Se hace bautizar porque Jesús es la cercanía de Dios para el hombre alejado; porque es la reafirmación de la bondad de Dios para el hombre que vive en perversidad. Jesús sabe que el pecado es el estado de injusticia más absurdo que el hombre puede sostener delante de Dios. Por eso insiste en la justicia; no espera a los pecadores, va tras ello. No les reprocha nada, les da ejemplo. Un nuevo pueblo es rescatado de las esclavitudes de sus propias faltas (cfr Ex 14, 15 ss). Ese pueblo se encuentra nuevamente en el desierto clamando un nuevo maná (cfr Ex 16, 3 ss), clamando que vuelva a brotar agua de la roca (cfr Ex 17, 3-7); con el nuevo Moisés: Cristo, se le hace atravesar las aguas ahogando en ellas, no ya los caballos del faraón, sino ahora, todas las injusticias de la humanidad. Así el autor de la limpieza se hace lavar porque es justo ante Dios.
Los cielos que se abren permiten al mismo Dios dirigir la mirada compasiva y misericordiosa hacia los hombres; pero también permiten a los hombres dirigir la mirada arrepentida de sus culpas hacia Dios. Arrepentimiento y misericordia; conversión de los hombres y compasión de Dios. La divinidad se manifiesta a esa humanidad rescatada. Jesús es la lámpara, la nueva columna de fuego (cfr Ex 13, 21), que no alardea de su belleza entre los iluminados sino que ejercita su función iluminadora en los lugares de tinieblas. El autor de la limpieza no pretende limpiarse; pretende, más bien, borrar las infidelidades de los hombres; pretende entregarse en totalidad; pretende anular todas las injusticias de la humanidad. La voz de lo alto, la nueva nube protectora y guiadora (cfr Ex 13, 21-22), señala al Predilecto como aquel donde está la salvación. Así el autor de la limpieza se hace lavar porque, al final de cuentas, lo que quiere es salvar.
P. Ovidio Pérez Pérez
Para El Visitante