Cuando el Obispo Gil Esteve y Tomás llegó a nuestras playas, encontró su catedral en ruinas. Corría la mitad del siglo XIX. Era más o menos la misma escena con la que tuvo que lidiar su predecesor, Alonso Manso, primer Obispo en América. Un edificio caído y maltratado, como templo principal, le regala un panorama difícil. La catedral, como Iglesia Madre, no podía reflejar una situación distinta a la de su pueblo. Por eso sus paredes y columnas sufrían. Eran tiempos de necesidad y, por ende, tiempos de reconstruir y levantarse. Por eso quiso encomendar esa restauración a la Virgen Santísima de la Providencia. Ella sería la gran constructora de la catedral. El Obispo Gil Esteve lo sabía bien, porque la Virgen ha sido la mejor casa que ha tenido Dios. No habría mejores manos para levantar una obra para el Señor. En poco tiempo logró su cometido.
La visión del Obispo Esteve era una inspiración del Espíritu. De joven había conocido la devoción a la Virgen de la Providencia en Roma. En su España natal se había hecho famoso ese nombre y esa imagen mariana. La belleza de su iconografía le había cautivado: María Santísima está totalmente volcada en su Hijo Jesús. Este, sin embargo, duerme confiado en el regazo de su Madre, entrelazando sus manos en un intercambio de oración. La mirada de la Virgen les invitaba a no posar sus ojos sobre las ruinas y los escombros, sino a descansarlos sobre Cristo. Era la referencia exacta de que todo iría bien, de que la catedral se elevaría al Cielo, porque su pueblo se levantará de nuevo, una y otra vez, hacia Dios. Aquella bendita imagen se convirtió en don y tarea para todos los puertorriqueños. Toda Ella es una gran catequesis del amor que nos funda y nos sostiene. Gil Esteve quiso que esa dulce advocación mariana presidiera los destinos de la Iglesia en la Isla.
Así la Virgen de la Providencia comenzó a reinar sobre Puerto Rico, traída entre las olas, subida en el altar más hermoso de la catedral de San Juan. El pueblo de Dios supo leer en su venerable imagen los valores que Dios nos mandaba a seguir a lo largo de la historia: centralidad de Cristo, generosidad en Cristo y servicio por Cristo. Para el fiel cristiano puertorriqueño, la Patria dejaba de ser un mero espacio de tierra. Más bien, eran los brazos de su Virgen de la Providencia. Así quedó plasmado en su camarín: “Tú eres el honor de nuestro pueblo”. Son brazos de Madre que nos presentan al Señor. Nuestros mayores lo han afirmado por generaciones cantando: “Protectora, Borinquen te aclama, patrona te llama y a tu amparo vive”.
Hoy, la realidad con la cual se enfrentó el buen Obispo Esteve no ha cambiado mucho. Nuestra vista del alma está nublada por escombros y ruinas. Los vientos huracanados nos han herido con fuertes zarpazos. Lo más peligroso es que esas ruinas no solo habitan en nuestras calles, sino que se han metido dentro del corazón. Nos amenazan los mismos sentimientos de desazón de siempre, porque no son nuevos para el alma puertorriqueña. ¿Qué hacer? Pues lo que nos enseñó nuestro pastor: acudir a la Virgen, bajo el dulce nombre con el cual quiso recibirnos en su altar: Santa María de la Providencia. Ahora cuando se escucha por todas partes ese “Puerto Rico se levanta”, ¿basta con “levantarnos” hacia el mismo estilo de vida del pasado?
Cuando celebramos a nuestra Virgen, ¿cómo “levantarnos” según la voluntad de Dios? Pues como hace Nuestra Señora de la Providencia, según el salmo: “Al despertar, me saciaré de tu semblante”, es decir, mirando a Jesús, conociendo sus sueños, para que se realicen en nosotros. Pero, sobre todo, haciendo acción de Cristo por el bien de todos.
En estos días de la historia puertorriqueña, la Virgen de la Providencia debe ser de nuevo la gran constructora que levante la catedral de nuestra vida como pueblo. Ella nos saca de la extranjería, del pesimismo y del exilio de la dejadez para hermanarnos en sus brazos. Allí nos pone con su Hijo. Solo en Él se debe reflejar la esencia íntima de lo que nos funda. Santa María de la Providencia nos lo señala. ¿Cómo se hace patria? “Poniéndonos a hacer lo que Jesús nos diga…”. Y su catedral nunca caerá, porque se posa sobre el amor de Cristo.
(P. José Cedeño Díaz-Hernández, S.J.)
Comparto esta humilde canción que escribí para nuestra Madre y Patrona.
Escucha Oh, Virgen De La Providencia de GlendaMil #np en #SoundCloud
https://soundcloud.com/glendamil/oh-virgen-de-la-providencia