Celebramos este 19 de noviembre la fiesta de quien es Patrona del archipiélago borincano. Desde los orígenes del cristianismo los bautizados hemos confiado en su maternal intersección. Como en los inicios de la evangelización a Ella seguimos clamando: “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!”.
Vivimos su fiesta el día que señala nuestro descubrimiento. Esta tierra ha sido bendecida por el anuncio del Evangelio y la inculturación del mismo en nuestro acontecer histórico. Muchos han sido los avatares, vicisitudes y luchas que hemos afrontado en nuestra historia. De cada situación dolorosa y trágica aprendimos a ser fuertes, a lanzarnos con renovado ímpetu a la reconstrucción y renovación. Contamos con el auxilio divino y la protección de la Madre celeste.
Justo ahora nos corresponde levantarnos. Hace ya 2 meses fuimos, como titula el hermoso mensaje de los Obispos citando a San Pablo: “Derribados, pero no aniquilados”. Sin soslayar el dolor, la trágica situación y precarias condiciones de vida en que aún muchos hoy se encuentran, no podemos ni debemos sentirnos hundidos en la desesperanza. Aun en medio de la tragedia vivida hemos contemplado signos de renovada esperanza. Lo mejor de nuestro acervo espiritual, de nuestros valores cristianos y patrios han surgido. Siempre han estado presentes, a veces adormilados y ocultos, pero latentes en el corazón borincano. Emociona contemplar la bandera monoestrellada en hogares, vehículos, cruces de caminos. Es signo de un pueblo que vive el orgullo de sus raíces, que en medio de la encrucijada dolorosa en que se encuentra, proclama que no se rinde, que tiene empeño de continuar su jornada ilusionado.
Debe resonar en el corazón el llamado de la Virgen Madre: “Hagan lo que Él les diga”. Hoy nos pide Jesús abandono y confianza en Él: “No teman”, “Confíen en el Padre y también en mí”. Igualmente. nos pide acercarnos a los sedientos y hambrientos:“Denle ustedes de comer”. En la realidad que hoy padecemos se ha de reflejar el espíritu de solidaridad sin reservas.
El huracán nos mostró la fragilidad de lo que somos, el estado de transitoriedad que es propio de la vida humana. En un abrir y cerrar de ojos lo perdemos todo. Solo queda la dignidad inherente a nuestra naturaleza humana y la certeza del amor divino que ha de expresarse en el amor al prójimo.
Al mismo tiempo, el fenómeno que nos azotó nos brinda la ocasión para ejercitarnos en el amor fraterno. Como resumió con singular belleza San Juan de la Cruz el capítulo 25 de Mateo, su parte final: “Al atardecer de la vida te examinarán de amor”. Es el tuve “hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, fui forastero y me hospedaste, enfermo y en la cárcel y fuiste a verme”.
Esta es la hoja de ruta que nos pide Jesús hoy a nuestro pueblo. Si lo vivimos estaremos siguiendo el consejo de la Virgen: “Hagan lo que Él les diga”.
(Padre Edgardo Acosta)