¿Qué dices tú? ¿Saldremos? Yo digo que, seguramente, salgamos. La parte que me inquieta un poco, si te soy honesta, es el cómo. No me refiero a las medidas y las estrategias para cuidarnos. Esa parte está clara: quédate en casa. Aunque sí, al menos yo con el corazón hecho una pasa por los que no pueden porque su profesión les llama a estar en primera fila para atender este rollo. El cómo al que me refiero es una cuestión de adentro. Déjame explicarte…
Ni tú ni yo elegimos esto, ¿cierto? Y no será ni la primera ni la última cosa que no podamos elegir en esta vida. Me refiero, más bien, a cómo lo vivimos, si aprovechamos a sacar algo bueno y duradero de esto, y esa bola sí que está en nuestra cancha.
Tal vez a ti, como a mí, te enseñaron que lo que tienes ahora, en segundos puede desaparecer, incluyendo la propia vida. Lo repetimos a otros, pero no sé hasta qué punto eso nos hace vivir mejor. Y tampoco sé si te has dado cuenta, pero a mí me parece que, en cuestión de poco tiempo, hemos vivido acontecimientos que nos gritan esa realidad… que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad y nos invitan a redireccionar la mirada.
¿A dónde estás mirando tú? ¿Asomado a la ventana con la nostalgia de tus días afuera? No pases por alto la instrucción de quedarte en casa si tu profesión no te obliga a lo contrario, pero, sobre todo, no ignores la recomendación más profunda y evidente de este bendito encierro: mira dentro de ti mismo, no tengas miedo de hacerlo…te aseguro que también ese “toque de queda” traerá un bien para ti y para los demás.
Hay que reconocerlo: nuestros proyectos tan bien preparados y nuestras agendas abarrotadas de compromisos para hacer. Sin embargo, seguía descuidado y olvidado el ser. Volcados hacia afuera… aterrados de asomarnos hacia adentro… ¡cansados de todo y llenos de nada!
Con frecuencia he pensado en esas palabras de San Agustín luego de su conversión: “… tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba […]. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo”. ¿Será que hemos estado poniendo valor a las cosas esenciales de la vida? ¿Será que nuestra búsqueda de Dios es sincera e incansable? Este inesperado “detenernos” (tan inesperado como los anteriores), vuelve a poner al descubierto la urgencia de atender nuestro mundo interior: ese lugar privilegiado de encuentro íntimo con nosotros mismos y con Dios.
Este es momento de entrar en nuestro aposento para recorrer las profundidades de nuestro ser (o al menos a las que alcancemos a llegar), propiciar el silencio y ver con serenidad nuestras fragilidades, heridas, temores y, por supuesto, también nuestras virtudes y posibilidades… descubrir el modo en que Dios nos mira y nos ama y, desde esa verdad, comenzar a ser, para que no salgamos de esto igual a como hemos entrado.
Vanessa Rolón Nieves
Para El Visitante