Me emocionó grandemente una fotografía que retrata a un anciano esposo inclinado sobre su esposa postrada ella en cama; ambos lanzando al aire enorme carcajada. Tal vez sería por un chiste de los de Paco y Paca, que ahora proliferan en las redes. Saber reírse. Reírse de los peces de colores. Era frase de mis años de estudios, anunciando no tomar en serio ni lo que se muestra como fastuoso y ‘respetable’.

Otro decía: ‘No hay que tomar la vida muy en serio; como quiera no saldremos vivos de ella’. Hablo, en fin, de tener sentido del humor. Precioso cuando ambos en la pareja poseen este noble sentido. Como los viejitos de la foto. ‘En mi casa no tenemos mucho que comer, pero nos reímos mucho’, decía alguien. Y una amiga querida abrumada por el cáncer, del que nunca se quejaba, respondía ante la pregunta: “¿Te duele mucho?”, “Bueno, sobre todo cuando me río”. Hay que recordar que el verdadero humor es serio. No hablamos de la chanza, la parodia, la ironía mordaz, la puesta en ridículo del otro. El verdadero humor, decía un tratadista, “está en los países serios, como los británicos”. Porque es la sonrisa que cubre la tragedia humana. Ver que tu viejo esposo sigue con las mismas manías, las inconsecuencias y contradicciones de nuestra propia conducta, las debilidades humanas. Otro se aíra, refunfuña, o hasta maldice. El humor se sonríe humildemente al reconocer que, después de todo, los humanos estamos en el mismo predicamento. El humor, por eso, más que risotada es sonrisa callada. Cervantes no ridiculiza las locuras del Quijote; se sonríe ante ellas. Lo trata con cierto cariño.

Claro, estoy hablando en este momento para las parejas. Un consejito más. Recuerdo la escena de la Ilíada en que el héroe Héctor tiene que batirse con el griego Aquiles. El griego lo matará, pues así lo predicen los hados. La esposa de Héctor se acerca a despedir a su esposo, llevando en sus brazos su hijo pequeño. La armadura de Héctor reluce con el sol, lo que asusta al niño que se aprieta contra el seno de su madre. Ella viene llorando ya la pronta muerte de su esposo, pero ante el gesto del niño se sonríe. Y el autor dice: “Andrómaca llorando se sonrió”. Es el gesto del humor. Y un gesto de amor para la pareja. Hay tragedia; y hay sonrisa.

Trata este humor de constatar nuestra pobreza y nuestra limitación sin irritarnos ni enfadarnos; nos reconocemos alegremente como seres imperfectos distorsionados. Es aquello que nos permite concebir la vida no como una competencia para ganarle a los demás, ni de tratar de humillar y hacer insignificante la existencia del otro. Parejas he visto que gastan el tiempo con el dedo acusador, tratando de convencer al terapista de lo malo y desacertado que es su cónyuge. No arreglan nada; solo amargarse. Nadie cambia a nadie. Es posible un cambio cuando el dedo acusador lo dirige uno a sí mismo. Y me río del tiempo que he perdido ‘comiendo gofio’, como dicen.

El saber sonreír con sabiduría ante la relatividad de nuestras vidas y de nuestros proyectos, porque lo único absoluto es el Señor, gozar, reír, disfrutar, eso es humor. Y es una terapia que no cuesta tanto. Un esposo después de gritar mucho por algo que le disgustó, se ríe de sí mismo y se vuelve de espaldas a su mujer. Y esta le responde: “Pero estoy viendo una barriguita que se mueve”. Se acabó la pelea. Acabaron olvidando el incidente. Y hablando de Paco, este le dice a Paca: “Pues te he comprado un seguro de vida que, cuando me muera, no vas a pasar problemas; se pagan tus deudas, y te dejo dinero en el banco”. “Pero, Paco, no te preocupes tanto; con que mueras para mí ya es suficiente”.

 

P. Jorge Ambert

Para El Visitante

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