La resurrección de Jesucristo es sin duda el acontecimiento central de nuestra fe. Así nos lo presenta San Pablo en su Primera Carta a los Corintios (15, 14-20): Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.

Si Jesús no hubiese resucitado la predicación del Evangelio y la misma fe serían inútiles, además de que los predicadores serían falsos testigos. Los mártires no serían tales: habrían sufrido una muerte en vano, serían los más dignos de lástima. Por ende, la resurrección de Jesucristo es el fundamento de la actividad misionera de la Iglesia.

Jesús nos llama a anunciar la Buena Nueva, anunciarla a todos los pueblos y naciones. El Documento Conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva (144). Y continúa diciendo: Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma (Ib). En virtud de la resurrección del Hijo de Dios fuimos asociados a su misión, a llevar la Buena Noticia, a
dar testimonio de Aquel que murió y resucitó.

Hemos sido configurados con Cristo por el Bautismo. Este sacramento pascual nos injerta en la misión de Cristo: mejor aún, en Cristo mismo. Somos “otros Cristos” en virtud de la regeneración obrada en nosotros el día de nuestro Bautismo. Somos otros Cristos enviados a prolongar su obra y misión. Es una “parte integrante de la identidad cristiana”. No se trata de algo añadido o de algo opcional: el cristiano es misionero en virtud del Bautismo que nos hizo partícipes del misterio pascual del Cordero.

Al celebrar la resurrección gloriosa del Hijo de Dios celebramos nuestra vida en Cristo: la Pascua no es algo extrínseco a nosotros, sino que estamos directamente involucrados en la misma, precisamente por el Bautismo. Ante el acontecimiento pascual estamos llamados a hacer presente en medio de nuestras realidades cotidianas
ese mismo acontecimiento. El cristiano, discípulo y misionero, debe impregnar su entorno del olor de Cristo, de la Pascua de Cristo.

Ante los retos cotidianos de nuestra vida familiar, laboral, estudiantil y vecinal: ¿Cómo hago presente la renovación pascual de Cristo? El misionero lo es, no solo si es llamado a predicar con micrófono en mano, o si es llamado para ir a otro país, sino en sus entornos más cotidianos, donde está llamado a practicar y vivir las virtudes, las que de- muestran nuestra renovación pascual, las que nos hacen ser cirios ambulan- tes que comunican la luz de Cristo.

Ser misionero es un estilo de vida, además de ser parte de nuestra identidad cristiana y bautismal. En el hogar, en la escuela, en el trabajo, en la universidad, en el vecindario, un cristiano es misionero y es testigo de la Pascua. Testigo de esperanza en medio de la crisis económica en que vivimos, en medio de las tragedias diarias que vemos en la prensa e incluso en nuestra vida. Testigos, misioneros, cual seres “pascualizados”, otros cristos. La Pascua es una invitación constante a la conversión, a ser hombres y mujeres renovados, pues descubrimos en nosotros miserias y pecados que contradicen nuestra identidad pascual. Dirá la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II: Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección (22). Desde esta óptica pascual debemos vivir este Año Extraordinario de la Misión. Este tiempo pascual en este Año de la Misión es una oportunidad única para asimilar nuestra vocación misionero/pascual. Redes- cubramos esta nuestra vocación.

P. Miguel A. Trinidad Fonseca
El Visitante

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