Bueno es repasar nuestros conceptos fundamentales sobre esa realidad. Porque es posible que nos quieran pasar gato por liebre. Y porque en un mundo pluralista la expresión pública soporta todo, incluso las barrabasadas.

Familia supone una pareja de la cual brota la vida de muchas formas como el géiser se dispara caliente hacia el aire. La pareja surge capital para aplicar el concepto. Pareja que supone diferencia alteridad, como en el mundo digital que todo se construye con 0 y con 1.  Para que exista familia debe existir la diferencia biológica en que cada parte aporta lo suyo para que surja un nuevo ser. Como en la dialéctica existe tesis y antítesis para llegar a la síntesis. Por eso la Biblia dice que “macho y hembra los creó, a imagen semejanza de Dios los creó”. Solo a esa realidad le podríamos llamar ‘matrimonio’ porque es la que posee la capacidad vital. Hay otras relaciones humanas reconocidas; amigos, compañeros de tareas, vecinos, compañeros de cuarto que dividen gastos. Pero eso no es familia.

La familia surge como una misión. Es Dios quien destina a esos dos seres a asumir la tarea de crear hogar. Es verdad que cada uno busca en el otro algo que especialmente le ilusiona y apasiona. En el fondo es el designio divino que invita a esa pareja a asumir la tarea de vivir el amor. El amor sigue siendo la tarea humanizante por antonomasia. Y algunos son llamados a la misión de vivir en concreto esa realidad de amor. Y lo logran asumiendo la tarea de crear el hogar como un nido donde la relación amorosa comienza a vivirse en concreto, para luego proseguir la tarea fuera de ese nido de amor.

Hay muchas maneras de frustrar el plan divino. Esa triste realidad está siempre presente. Lo logra el que frustra la fecundad, centrado egoístamente en sus orgasmos. Lo logra el que vive la relación como algo egoísta, en que me aprovecho del otro, no lo complemento y perfecciono con lo que yo le regalo. Se frustra cuando un cristiano no ve en esa unión la presencia especial de Cursito Silbador, que los santificó e hizo miembros suyos por el bautismo y ahora se compromete a acompañarlos en ese compromiso adquirido. Es el poder de la libertad humana que es capaz de descubrir la energía atómica para mover máquinas o construir bombas letales.

Esta vocación a la familia no es algo temporero, tarea de fin de semana, como cuando me comprometo a cuidar al perro mientras su dueño está de vacaciones.  Es una tarea que me define para toda la vida. Mientras tenga vida me define la vocación recibida. Por eso es hasta que la muerte nos separe. Y esto es así porque la llamada en la pareja es a formar “una sola carne”. Una unión curiosa que de dos hace uno sin que su individualidad se pierda. Me viene a la mente dos famosas siameses inglesas, diferentes cada una en carácter y habilidades, que no se podían separar porque el órgano común era el corazón. Por eso la familia es el mejor reflejo en la creación de lo que es la vida trinitaria de Dios.

Esta “una sola carne” no se logra en el momento en que afirmo que la asumo. Se va haciendo.  El matrimonio comienza en lo fundamental ante el altar, pero el matrimonio se va haciendo día a día. Es tarea por hacer. Por eso es posible que algunos, cuando llega la tarea de hacerse una sola carne, encuentran imposibilidad para lograrlo. El compromiso se hizo, pero era deficiente e incluso nulo, porque no tenían la capacidad para trabajar la misión recibida. Esto es posible, sin maldad de nadie, porque aunque tenga el deseo de asumir la tarea, me faltan fuerzas básicas para ello. Es como el tísico que quiere ser baloncelista, le gusta mucho ese deporte, pero no puede entrar en la cancha. Le faltan los pulmones. Esto da pie a la práctica de la Iglesia de reconocer que hay matrimonios nulos. Todo procedió externamente como se debía. Pero a alguno de ellos le faltaba algo esencial. No es oro todo lo que brilla, ni todo lo amarillo. La Iglesia es benigna cuando reconoce esa realidad y quita la obligación de ser fiel a ese compromiso. Y al hacerlo expresa también lo valioso y sagrado que es el compromiso matrimonial. A quien se equivocó asumiendo lo que no podía hay que darle una superación.

Precisamente porque la familia es un mandato divino, porque importa tanto para la humanización de los humanos, luchamos para que se mantenga en su prístino valor. Hay muchos que consideran esta relación como algo desechable, como la camisa que ya sudé y me la cambio por otra. Ese no fue el pan divino. Por eso decimos como Jesús a los que defendían el divorcio como derecho del varón en su tiempo: “Al principio no fue así”.

P. Jorge Ambert, SJ

Para El Visitante

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