El tiempo de Cuaresma es época de reflexión que nos convoca a buscar a Dios desde el silencio de nuestra oración; así como también a contemplarle en el milagro de la creación y descubrirle en la caridad y solidaridad hacia las personas vulnerables y necesitadas en nuestro entorno.

Recuerdo, -como faro motivador que invita a meditar, las siguientes palabras expresadas por Mons. Eusebio Ramos, como parte de su Homilía del Miércoles de Ceniza del año 2013, que cito: “¿Por qué la familia, espacio sagrado, que proviene de Dios para la vida misma, hoy se ve cuestionada y amenazada y se pretende describir al margen de los valores cristianos? ¿Por qué tantos niños vienen al mundo sin ser amados? ¿Por qué, nuestros ancianos, luego de sacrificarse en la vida por sus hijos, muchos de ellos terminan aislados o abandonados por sus seres queridos, como si fueran meros residuos? Cuando las respuestas a estas preguntas nos lleven a la conversión, como personas y como pueblo, como sociedad y como Iglesia, entonces se iniciará la Nueva Evangelización y estaremos en camino a construir un pueblo nuevo y una sociedad nueva, amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Han transcurrido 7 años desde lo anteriormente expresado; no obstante, parece que este mensaje hubiera sido escrito hoy día.

Este año la época de Cuaresma nos brinda la peculiaridad de vivirla tras el paso de los terremotos ocurridos, durante las pasadas semanas, que devastaron la región sur oeste de nuestra Isla, dejando estragos, réplicas y secuelas imborrables. Por lo cual, viene a ser temporada idónea para la reflexión y la oración. Momento conveniente para continuar moldeando la reconstrucción, no solo de nuestra Isla sino también de nuestra vida espiritual y personal.

Entre otros pensamientos, estimo que nuestro amado Puerto Rico ha ido perdiendo su NORTE – su brújula y serenidad – debido a que ha dejado a Dios de lado, olvidando que el Dios Trino es nuestra brújula divina. La falta de Dios resulta en detrimento para todas las etapas de nuestra existencia. Sin Dios nuestra vida carece de todo propósito, sentido y riqueza espiritual. Solo con Él y en Él nuestra vida de fe crece, se fortalece y enriquece, dando sentido a nuestro ser … y como decía Santa Teresa de Jesús: “Quien a Dios tiene nada le falta.”

Oremos para que Jesús Maestro, ilumine nuestros corazones para aportar lo mejor de nosotros mismos, en solidaridad y amor a nuestro prójimo-hermano. Así, de forma generosa, todos tendríamos la oportunidad de ayudar a reconstruir esta tierra Preciosa, cuna que nos vio nacer.

Resulta indispensable, atesorar el valor intrínseco de nuestra querida Isla, que es nuestro hogar. Terruño antillano, que arrulló nuestros sueños infantiles, mecidos desde la ternura de los amorosos brazos de nuestra madre. Sueños bordados al son de la melodía de las olas majestuosas, que bañan el Mar Caribe, junto a la sutil cadencia de la melodía armoniosa de nuestras exquisitas danzas y la rima única del canto del coquí.

Que, en cada una de nuestras jornadas de silencio, oremos con el convencimiento de que “En cada viento tormentoso el ancla de nuestra barca se sostiene en Él”. Con fe y perseverancia, se hace camino al andar…

Sandra S. Rivero, J.D; M.A.
Para El Visitante

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