Mucho camino ha recorrido la mujer en búsqueda de su equidad con el varón. De forma predominante las culturas conocidas han sido patriarcales. Tal vez nuestros taínos en eso eran más modernos por el papel de la mujer y porque el poder del cacique derivaba de la madre. En nuestra cultura hebreo cristiana se fortifica la idea patriarcal con la creación de Adán. El varón es el primero en ser creado y la mujer lo es de forma secundaria a través de Adán. Incluso la mujer aparece como una ayuda para el varón. Se entiende que la ayuda es para que el varón pueda multiplicarse. Otras ayudas no se especifican. La Escritura refleja en el relato lo que se vive en su ambiente, con el entendimiento no necesariamente cierto de que así quiere las cosas el Creador.
Tal vez la prioridad del varón se deba a un error en biología. Se supone que el varón, en la generación, deposita en la mujer un hombrecillo. La mujer, pasiva, lo acoge, como la tierra acoge la semilla del agricultor. El error hoy es claro para nosotros. Sabemos que la mujer pone más que el varón en la generación, pues pone la otra media célula y además acoge, gesta, alimenta esa nueva vida. En cierto modo tendríamos que decir que el hijo es más de ella que del varón.
El otro error podría fundarse en que, al tener el varón una musculatura más adecuada inmediatamente para la fuerza, es el líder. La necesita para la guerra, para salir a buscar a cazar algún animal para la comida. La mujer espera ocupando su hogar. Pero esto tampoco es problema, porque la mujer puede tener una musculatura equivalente y dar también la pelea. Es la leona la que sale a cazar, mientras el león bosteza y ruge su machismo.
San Pablo expresa esa prioridad del varón, propia de su momento histórico, al decir que él es cabeza, y que la mujer se someta al varón. Pero al mismo tiempo la dignifica cuando insta al varón a comportarse con su esposa como lo hace Cristo con los suyos, y le advierte que ella es su propio cuerpo. “Y nadie castiga su propio cuerpo”.
En realidad, la única gran diferencia de los sexos es la diversa capacitación para engendrar vida. Las demás tareas no están necesariamente ligadas al hecho biológico de ser varón o mujer. En este sentido decimos, como principio fundamental, que las tareas no tienen sexo, sino que exigen habilidad y tiempo. ¿Quién atenderá las tareas domésticas? Quien tenga habilidad y tiempo. ¿Quién se encargará de vigilar el presupuesto o buscar la comida? Las gónadas sexuales no son pertinentes.
Si antes las mujeres no ejercían ciertas funciones se debía a que no se les capacitaba para ellas, quedaba la mujer en un rincón como la lira de Bécquer: “Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sepa arrancarlas”. Si no se les reconoce alguna función concreta sería por la estructura interna de dicha función. Así, si la Iglesia Católica no las llama al sacerdocio, la razón sería porque Cristo, que instituyó el sacerdocio, instituyó esa función para varones como él. Al menos así se ve hoy.
La lucha de la mujer por la igualdad recuerda la de los indios americanos por ser reconocidos como personas con almas, como los europeos; o los negros del sur de Estados Unidos como tan seres humanos como los jinchos del norte. Las conquistas han sido lentas, desde reconocer su derecho a escolarizarse, a votar en elecciones democráticas, a puestos de dirección empresarial o política, a disponer de su propio patrimonio.
En la exhortación apostólica sobre la dignidad de la mujer Juan Pablo II afirma estas verdades de diversos modos, y cito: “Ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer; ambos fueron creados a imagen de Dios”. “El ser humano varón y mujer ha sido llamado por Dios a vivir una particular relación con su Creador, a diferencia de las demás criaturas”. “La creación de la mujer no es un hecho arbitrario de parte de Dios, sino que constituye parte esencial de la creación del ser humano en cuanto tal”. Se podría citar más, pero con esto basta. ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante