(Decimonoveno de veinte mensajes de Aparecida)

Objetivo: Descubrir que la importancia de lo que pensamos y hacemos, según nuestras responsabilidades, por estos valores en nuestra sociedad.
A. La reconciliación
• Hacer de nuestra patria una casa de hermanos donde todos tengan una morada para vivir y convivir con dignidad… Como Iglesia, debemos educar y conducir más a la reconciliación con Dios y con los hermanos. Es preciso sumar y no dividir. Importa cicatrizar heridas. Es preciso apostar por dinamismos de integración digna, justa y equitativa.
• Educar y favorecer en nuestro pueblo gestos concretos de reconciliación y amistad social, de cooperación y de integración. Debemos de ser constructores de puentes, anunciadores de la verdad, bálsamos para las heridas. La reconciliación forma parte del corazón de la vida cristiana: reconciliación con Dios y desde Él, con los hermanos.
• Prestar atención al fuerte sentido de esperanza de nuestras gentes. Una atención que se nos convierte en compromiso: construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia para todos.
A. La Solidaridad
• Debemos ser no solo el Continente de la esperanza, sino el Continente del amor: como buenos samaritanos, ir al encuentro de las necesidades de los pobres y de los que sufren y crear estructuras más justas. El consenso moral y el cambio de estructuras son importantes para disminuir la hiriente inequidad que hoy existen en el Continente. Son precisas políticas públicas y gastos sociales bien orientados así como el control de lucros desproporcionados de las grandes empresas. Necesitamos el ejercicio de una “imaginación de la caridad”.
• Pero no habrá nuevas estructuras, si no hay hombres y mujeres nuevos, que sean auténticos líderes y si no se fortalece la sociedad civil con sus iniciativas de voluntariado, de libre organización y participación populares y las obras caritativas, educativas, hospitalarias… muchas de ellas promovidas por la Iglesia.
• Necesitamos promover la “cultura de compartir” en contraposición a la cultura dominante de acumulación egoísta, lo que supone crecer en sobriedad de vida y saber que tenemos que “hacernos un poco más pobres”. El compartir “empobrece materialmente, pero enriquece” en el nivel de los valores.
• La solidaridad se debe manifestar también con las Iglesias hermanas que carecen de lo necesario, como lo hacían las primitivas comunidades cristianas. Un fondo de solidaridad entre las Iglesias Latinoamericanas y del Caribe podría ser una expresión significativa de esta solidaridad.
A. La paz
• La paz pide a la Iglesia que colabore en fortalecer las democracias, sobre todo cuando aparecen retos y amenazas de desvíos autoritarios. Es preciso que eduquemos para la paz, dando estabilidad y credibilidad a nuestras instituciones civiles, defendiendo y promoviendo los derechos humanos, custodiando, en especial, la libertad religiosa.
• Debemos cuidar la paz, porque es un bien precario. Ya lo sabemos; no se trata solo de ausencia de guerras, sino de generar una “cultura de paz” fruto de un desarrollo sustentable, equitativo y respetuoso de la creación; frente al narcotráfico y consumo de drogas. El terrorismo y las diversas formas de violencia. Los discípulos misioneros han de ser “constructores de paz”.
• Para evangelizar debemos asumir la radicalidad del amor cristiano. La radicalidad de la violencia solo se resuelve con la radicalidad del amor. Anunciar el amor de plena donación como solución al conflicto debe ser el “eje radical” de la nueva sociedad.
• En palabras de Benedicto XVI “las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón”.
Una “salida misionera” –Números 547-554
• Se nos pide un gran impulso misionero, una actitud de “salida”, sin quedarnos en una espera pasiva en nuestros templos. “Una misión evangelizadora que convoque a todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño, anuncio misionero de persona a persona, de casa a casa, de comunidad en comunidad; de salida a las periferias, abrazando a todos, especialmente a los pobres y necesitados, mediantes una misión Continental que pondría a la Iglesia en estado permanente de misión.

Reflexionamos:
1. ¿Cómo va nuestra reconciliación con Dios y con los hermanos? ¿Cuál nos resulta más difícil? ¿Cómo integramos a las dos dimensiones en el Sacramento de la Penitencia? ¿Hemos superado de verdad las consecuencias del conflicto armado?
2. ¿Pienso solo en lo mío o me preocupa realmente el bien de todos? ¿Cómo ando de generosidad y de entrega a los más pobres?
3. ¿En qué aspectos de mi vida puedo ser constructor de paz? ¿Cómo pienso acerca de la paz, solo ausencia de guerras o algo más?
4. ¿Me toca el corazón la necesidad de ser misionero? ¿Me deja indiferente? ¿Cómo me sitúo ante la Misión Continental?

 

(Obispado de Ponce)

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