Eso de jugar con el fuego no es solo del adolescente, que se siente tentado de nuevas experiencias supuestamente agradables. También la pareja con desilusión o problemas puede caer en la misma tentación. Y el que juega con el fuego se quema. Así habla la experiencia. Y como el pescador pone en el anzuelo la carnada, este quita el anzuelo, o sea se quita el anillo.
El anillo matrimonial posee una gran carga emocional. Es ante el mundo la declaración de que estoy reservado ya para una misión: la de vivir el amor conyugal. Es como el uniforme del militar o el policía: muestra al mundo el oficio y las atribuciones que posee. Llevar visiblemente el anillo el hombre o la mujer es indicarle a la persona honesta, que busca pareja, que el terreno es prohibido, no trespassing, aunque le resulte deseable. Claro, el deshonesto tira la red, pues no le importa. Por eso, el quitarte el anillo en el bar, en la sala de espectáculos, es una declaración de que estás abierto a lo que venga; o que estoy deseando que alguien se me acerque. Por eso es bueno que el casado lo porte siempre con orgullo, como una declaración de fidelidad a su cónyuge.
Por otro lado, el anillo es un objeto de bendición. Todo un simbolismo del amor que es circular, sin punto final; del amor que es bello, durable como el metal, reluciente a los ojos del conocedor, y ha sido cubierto con la bendición nupcial. Se convierte en objeto bendito, que carga el deseo de que lo simbolizado se realice en la persona que lo usa. Por eso es un objeto especial, mucho más valioso que el valor que pueda tener en la joyería. Una señora sufrió un asalto y el ladrón, que la despojaba de todo valor que portaba, quiso arrancarle también el anillo. “No, eso no se toca, que es sagrado”, dijo la mujer, jugándose la vida, pues al loco no le importan los valores. Por fortuna impuso su firmeza.
El varón que pasa por la andropausia corre más el peligro de presentarse como soltero. Su tentación es buscar nuevas relaciones, probar que aún atrae o es apetecido, sentir como que se quita de encima varios años. Claro, el anillo le delata, y por eso se lo quita. Es el galán preparado para el momento final del romance en Hollywood. Puede ser que la estrategia le llene el ego, pues pueden aparecer pececitos atraídos por el anzuelo; o quizá atraídas por el bolsillo que aparenta portar el anzuelo. Tal vez se quede solo en la gratificación del momento, en algo pasajero, que supuestamente nadie se entera (Lo que sucede en Las Vegas, se queda en Las Vegas). Pero has puesto en peligro tu más preciado tesoro: tu lealtad a la persona a quien le juraste delante de Dios compañía perpetua y lealtad.
Si quitarte el anillo significa insatisfacción con tu pareja o malestar en tu matrimonio, busca mejor otros remedios. Siéntate con tu pareja y exprésale lo que estás pasando; busca un profesional o un sensato oído amigo que organice tus ideas y tus sentimientos, participa en algún taller matrimonial donde el encuentro contigo y tu pareja resulte más suave y contenido. Alguien no hizo caso y cayó en la tentación, para amarguras y perdones posteriores.
En una pelea una pareja amiga lanzó con furia el anillo que rebotando se coló por la taza del inodoro. La otra persona con rabia repitió la misma acción y lanzó su propio anillo por la taza. Al día siguiente cayeron en la cuenta de su estupidez y lloraron haber perdido sus anillos en un destemple. Por fortuna, un mes después oían un ruido raro dentro de la taza. Encontraron allí los anillos que habían resistido, como su amor, el deseo de perderse para siempre. Se dan los milagros.
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante