En un retiro matrimonial el orador enumeró una lista de hábitos que dañaban la relación poco a poco. Habla de hábitos, es decir, un modo repetido de actuar, una tendencia. Así como dicen que “el cabro siempre tira pal monte”. Los hábitos se contraen por la repetición continua. Se llega así a la naturalidad con que se obra de ese modo. Es algo que “como que me sale”. Las virtudes son hábitos positivos, pero que surgen naturalmente dada la manera continua de practicarlas.

Un hábito es el de la crítica continua. Es la persona para quien nada es perfecto, nada cumple con sus expectativas; es la pareja profundamente insatisfecha, y el pobre marido, o esposa, nunca llena sus deseos. Y no solo mantiene altas esas expectativas, sino que fustiga, critica, vitupera continuamente. No es fácil convivir con alguien de quien solo esperas críticas. Y peor si son críticas injustas, o continuas y duras, por las mismas razones de antes.

La mujer de una pareja amiga cayó en este hábito. Por más esfuerzos que mostrara su marido siempre era defectuoso su actuar. El pobre repetía el dicho: “Como quiera que me ponga siempre tengo que llorar”. Un día, de forma íntima y como en súplica, le ripostó: “Fulana, yo me he esforzado sinceramente en hacerte feliz, en llenar tus necesidades, en que encontraras en mí el apoyo que necesitas. He sido un fracaso. Yo tiro la toalla. Yo me voy, y espero que puedas encontrar un varón que te haga feliz”. Esa frase fue como encender en ella un foco enorme de luz. Pudo ella autocriticarse y darse cuenta de que el fallo no era de él, sino de ella, en sus imposibles expectativas. Reaccionó y comenzó a mover el dedo no a su esposo sino a ella misma. Pudieron así cambiar el rumbo de su relación.

La persona con este hábito negativo es la que nos mata “con cuchillo de palo”. Si ella le llena el vaso de leche a la mitad: “¿Te lo retasaron?”. Si ella lo llena hasta el borde: “¡Para qué tanta leche!”. Son críticas que aturden al que las recibe, se paraliza; o acaba a lo personal respondiendo de forma airada. ¡Y se formó la pelea! La otra expresión de este defecto es, (a veces más peca la mujer), cuando lleva la crítica de su esposo a sus amigas. Lo dejan al pobre desnudito, el más inadecuado del mundo. Me imagino que las demás, si son sensatas y no se enredan entonces a decir que, pero es el suyo, le asesorarán: ¡Ilumínalo o elimínalo!

El apóstol Santiago, en su carta, despotrica contra el pecado de la lengua. Tiene frases fuertes y concretas sobre este vicio. Es iluminador a su comparación de la lengua al timón de un barco. Porque con ese pequeño miembro puedes llevar al barco a los arrecifes o a puerto seguro. Llama a la lengua “universidad de males”. Y la pareja que ha caído en este hábito vivirá en continuo choque con los arrecifes. No es raro que los deseos de la otra parte sean de “estrangularla”, o terminar, tristemente, en la diabólica violencia doméstica. Esa lengua quejosa es el cultivo de muchos casos de ley 54. Es lengua viciosa cuando el marido, ante la voluptuosa vedette del televisor exclama: “Esta sí que tiene”. Lo es cuando en la cháchara femenina parece que la esposa se goza en degradar a su esposo con la lista de sus defectos. Como en una carrera de maratón a ver quién tiene el peor esposo.

Es posible que este mal hábito este condicionado o por una floja autoestima, o por una envidia de ver la pareja que otros tienen y que yo envidio tener. O proviene de no ver, y agradecer en su pareja los dones recibidos, enfocándose solo en lo que le falta. El Papa Francisco escribía “no hay esposo perfecto, ni esposa perfecta”. Hay máximas aproximaciones. Esas son las que agradezco, mientras con paciencia tolero las deficiencias del ser que amo, a pesar de todo. Digo alegre como Martí: “Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino”.

P. Jorge Ambert, SJ

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