Otro hábito negativo, que tristemente se facilita hoy más que antes, es el uso de la pornografía en los casados. Es más frecuente que sea un defecto del varón. Porque el varón suele ser más agresivo en lo sexual, porque lo físico suele predominar en él sobre lo emocional. La mujer, por lo general, no entra en lo sexual si no se siente amada. Y hoy en día se vende la pornografía como se vende la coca. Es un negocio más, que fructifica en ese instinto fuerte de la sexualidad que todos llevamos hasta la tumba. Antiguamente serían las revistas picantes, con mala impresión. O a lo más el Playboy con más sofisticación. Pero hoy a través del ordenador entra hasta la intimidad de tu hogar, vendiendo con lujo de detalles todo lo fisiológico de la sexualidad. Ya casi no hay que buscarlas. Te aparecen en la pantalla, si no pones tranque.

Buscar la excitación de la pornografía en sí es ya un pecado contra el sexto mandamiento. Hay un desorden en el uso de ese poder, cuya realización total se encuentra en el matrimonio. Pero en el caso de los casados conlleva unos elementos adicionales de maldad. Primero, porque tu palabra de entrega total de tu intimidad a la persona comprometida se desvía hacia otros seres, aunque sean de tu imaginación.Y es adulterio. Segundo, indirectamente acusas a tu amada, o amado, de que en lo sexual es deficiente, pues tienes que seguir buscando más en otros lugares. Es absurdo para mí el esposo que, durmiendo al lado de su esposa, vibra ante la pantalla con la porno.

Este hábito negativo se convierte hoy en adicción. Son los adictos al sexo, que parece que todo lo ordenan a la actividad sexual. Y como el alcohólico que no para hasta que vacía la botella, están buscando imaginariamente lo que no puede estar realizando en ese momento. Es la historia triste de aquel que, frustrado porque esa noche ‘no había caido nada’ en su red, repasaba en la cama las diferentes relaciones que había logrado en esta o en aquella. Era un cerebro loco, desquiciado. Es ya una enfermedad. Como el otro que convencido de lo malo en su conducta caía con facilidad en uno y otro adulterio, para llorar el de ahora y caer pronto en otro.

La pornografía, como la droga, es un negocio. Favorecerla suscribiéndose a sites porno es como aumentarle el negocio al del punto, cuando le llevo más y más clientes. La pena que a mí me da si doy una peseta o un peso en el semáforo es pensar que esa peseta llegará a manos del punto y su negocio caminará viento en popa. Esta adicción sexual es ya tan real que, gracia a Dios han surgido grupos de apoyo con la filosofía de Alcohólicos Anónimos. Las debilidades de nuestra naturaleza humana, aumentadas desde la debilidad de Adán, han creado nuevas enfermedades tan temibles como un cáncer en el hígado.

Es triste ver que un soltero se enfoque en las prácticas pornográficas. Pero más triste que sea un casado, por las razones que arriba aduje. En el matrimonio la actividad sexual está abierta a toda experimentación, con tal que se observen dos condiciones. Primero, que nada sea impuesto. El imponer formas de realizarlo equivale a una violación, cuando la otra parte no consiente y aprueba lo que a tu parecer, ayudaría a la relación. Segundo, que al menos la intención sea que el acto termine en el coito natural. Buscar otras formas que eludan la plenitud de esa entrega, equivale a frustrarla, equivale a rechazar el regalo de la sexualidad que Dios ha concedido a los comprometidos en ese “consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”.

P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante

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