Para muchos la pobreza es el resultado de la falta de oportunidades, para otros es el resultado de la baja motivación para el trabajo y el esfuerzo de las personas pobres. Estos argumentos tienen un punto común en su fondo: creer que el que es pobre es porque así se lo busca. Sin embargo, al hablar de la pobreza, la Doctrina Social Católica la señala como un pecado social. En el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) se define como pecado social todo aquel acto humano que atente contra la justicia, los derechos de las personas, contra la libertad, contra la integridad física y contra el bien común (CDSI, 117).
Al hablar de la pobreza como pecado social, la Doctrina Social de la Iglesia no quiere implicar que este pecado, en el que todos participamos mientras existan personas que carezcan de lo necesario para vivir dignamente, no puede atribuirse a cada uno de nosotros individualmente. Se nos aclara que todo pecado es siempre un acto de una persona y por lo tanto responsabilidad personal, pero si éste tiene consecuencias sociales, es también un pecado social (CDSI, 117). Lo que nos señala nuestra doctrina católica es que las raíces de la pobreza pueden encontrarse en acciones y posturas opuestas a la voluntad de Dios. San Juan Pablo II en la Encíclica Solicitudes Rei Sociales, 37, identifica dos motivaciones que fomentan estructuras de pecado en la sociedad moderna: el afán de ganancia y la sed de poder.
La existencia de la pobreza, evidencia la existencia de injusticia, la ausencia de solidaridad y la incapacidad de las estructuras económicas de promover el bien común. Demuestra también una incorrecta percepción de la responsabilidad del hombre ante su Creador. Al crear al hombre Dios puso a su disposición todas las cosas, para que podamos disfrutarlas. Nos aclara la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI, 328). “Los bienes aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral”, (CDSI, 329). Nos exhorta además a utilizar la riqueza en servicio del hombre: “Las riquezas realizan su función de servicio al hombre cuando son destinadas a producir beneficios para los demás y la sociedad”.
San Gregorio Magno (siglo VI), aclara que el rico es solo un administrador de lo que posee, no su dueño. Por lo tanto, “quien tiene las riquezas para sí solo no es inocente; darlas a quien tiene necesidad significa pagar una deuda”, (CDSI, 329). La realidad que vivimos es evidencia de que hemos sido incapaces de entender la responsabilidad de todos hacia aquellos que carecen de lo necesario. Hoy más que nunca la explotación desmedida de los recursos humanos, en contra de las naciones pobres, la falta de acceso a medicamentos para combatir enfermedades que ya han sido erradicadas en países con recursos, evidencian la falta de justicia social y de caridad universal.
La pobreza es un problema con dimensión universal, pero también es un problema que vivimos en nuestro país y nuestras comunidades. Según datos del Instituto del Desarrollo de la Juventud, en Puerto Rico un 57% de los niños viven en condiciones de pobreza o pobreza extrema. Las consecuencias de este alto nivel de pobreza no son buenas noticias, ya que la pobreza limita las oportunidades de desarrollo personal y de participación en el mundo económico. Erradicarla requiere más que estudio y legislaciones, requiere un cambio en la actitud de la sociedad y en la actitud de las personas. Tenemos que identificarnos como responsables de este grave problema social e involucrarnos en su solución.
El Papa Francisco, en su mensaje por la Jornada Mundial de la Pobreza (2021), especificó: “Se requiere un enfoque diferente de la pobreza. Es un reto que los gobiernos y las instituciones mundiales deben afrontar con un modelo social previsor, capaz de responder a las nuevas formas de pobreza que afectan al mundo y que marcarán las próximas décadas de forma decisiva. Si se margina a los pobres, como si fueran los culpables de su condición, entonces el concepto mismo de democracia se pone en crisis y toda política social se vuelve un fracaso”.
A los pobres les debemos lo que tenemos de más, lo que acaparamos con interés de consumo y la riqueza que no ponemos al beneficio del bien común. La actitud genuinamente cristiana es promover un cambio social que les facilite salir del círculo de la pobreza. Parte de este cambio implica ayudarles a verse a sí mismos como actores y promover su participación activa en los problemas que les aquejan.
(Puede enviar sus comentarios al correo electrónico: casa.doctrinasocial@gmail.com)
Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante